Roberto Herrera, ya son cuatro años
En octubre de 2016 fue la última vez que vi y platiqué con Roberto. Nunca hubiera pensado que para febrero del siguiente año estaría muerto, y desde entonces me pregunto el porqué de pronto habíamos adquirido la manía de tener prisa para todo y posponer como en esa ocasión la visita al primer lugar que se nos atravesara para tomar unas cervezas, o “chenchas” como él les llamaba, y platicar acerca de los proyectos que siempre teníamos pensado llevar a la realidad. Lo último que recuerdo es que me dejó en el estacionamiento de una plaza nueva en Revolución, que iba con una camisa blanca y saco gris a rayas, pantalón de mezclilla y sus inseparables botas tipo minero.
Si algo hemos aprendido de la pandemia es que no podemos aplazar nada, vaya pues, ni siquiera la cita con el destino, que seguro está escrito nos encuentre en el trabajo, la calle, pero difícilmente escondidos en la casa.
Han pasado cuatro años desde que Roberto Herrera Rivas, fundador de esta casa editorial donde coordinó el área de fotografía, se fue un día de febrero del 2019, y buena parte de los que fuimos sus amigos lo hemos recordado en los espacios periodísticos que tenemos a la mano. La razón es una: fue un excelente fotógrafo, y está claro que un hombre siempre dispuesto a participar en cada uno de los sueños que pudimos compartir con él.
Siempre he considerado que la fotografía periodística tiene un antes y un después de Roberto, porque a la visión artística y única que poseía, sumó una sensibilidad que lo obligaba a pasar horas y horas en los puentes peatonales que cruzan la ciudad, hasta encontrar el momento exacto en que la silueta humana se dibujaba a contraluz con el sol, y de este modo dar origen a una imagen única.
Lo mismo hizo con el monumento más importante y emblemático de la capital hidalguense, al grado de lograr una nueva realidad que no pocos sorprendidos preguntaban cómo lo había logrado.
Me entero por el escrito de Alberto Witvrun de su trabajo único y sin duda histórico en la huelga de los mineros desnudos pachuqueños que dio la vuelta al mundo, aunque por razones diversas que, sin embargo, nunca le quitarán su autoría, aparecieron con la firma de otros.
Roberto transformaba la realidad sin modificar un ápice de la misma. Era un experto en buscar el ángulo exacto para hacer resaltar la luz del sol, de la luna, de una vela, de la mínima chispa de la noche que ofrecía por lo tanto algo que nunca habíamos visto.
Me hubiera gustado haber podido saber la forma como daría vida a un taller de fotografía tradicional, es decir la del papel y el revelado a mano, del libro que me aseguró haría con sus mejores trabajos, del mundo que había inventado para plasmarlo en fotografías.
No fue posible, pero bajo el conjuro de que la palabra crea y recrea la vida, pocas ocasiones es posible construir el día, la noche, con la imagen y sin duda el espíritu de quien la captó.
En Pachuca son muchos los amigos de Roberto que, están seguros, anda por ahí con su cámara al hombro y una vocación eterna por atesorar la vida.
Mil gracias, hasta mañana.
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@JavierEPeralta