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RETRATOS HABLADOS

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¿¡Qué!?”, “¡Qué de qué!”

Sucedió hace muchos años en la colonia San Felipe de Jesús en el entonces Distrito Federal. Apenas los primeros rayos del día asomaban en una de las calles que desembocaban en la Campestre Aragón cuando en la misma acera pasaron dos mancebos, uno iba hacia el sur, el otro al norte. No se conocían por supuesto, pero la nota policiaca relata que mero donde se encontraba la miscelánea que no podía llamarse de otro modo sino “Las catorce letras”, sus miradas se cruzaron y las palabras surgieron.

-¡¿Qué?!, preguntó con inequívoco signo de buscar pelea el uno que peinaba su cabello con brillantina Palmolive, y lucía tupido bigote encima de unos dientes chuecos.

-¡Qué de qué!, respondió el otro uno que llevaba una chamarra de piel falsa negra, anteojos oscuros y una cadena que le colgaba en el pecho y no era de oro.

La nota del periódico precisó con singular maestría lo siguiente, “sin mediar más preguntas el de bigote sacó un cuchillo cebollero quién sabe de dónde, con el que se le fue encima al de los lentes oscuros, quien pese a no poder evitar recibir una puñalada entre los pulmones y el corazón, tuvo tiempo para dispararle a su recién conocido enemigo justo entre los ojos. Cuando la policía llegó, los dos estaban muertos. Vecinos de la colonia San Felipe de Jesús y la Campestre Aragón que conocían a los ahora occiso aseguraron que no eran amigos pero tampoco enemigos, y que apenas si se conocían porque en esos lugares lo mejor es que nadie te hable. Sepa Dios por qué se mataron, a lo mejor estaban desvelados y de malas por un pleito con sus familias, o a lo mejor simplemente querían morirse peleando”.

Hace años, muchos años el “¡¿qué?!”, dicho de manera golpeada derivó en que dos mancebos que no se conocían acabaran muertos.

Ayer, por razones muy similares, dos sujetos viajaban, uno en una camioneta, y otro en automóvil. Seguro tampoco se conocían pero muy al estilo de los del “¡qué!”, y el otro, “¡qué de qué!”, se la sentenciaron cuando por el viaducto Rojo Gómez de Pachuca, se encontraron y se dijeron que uno de los dos iba a perder la vida porque el destino así lo mandaba.

Uno le echó bala al otro, y pese a que corrió la versión de que la camioneta del Semefo ya andaba por el lugar, lo que indicaría el fallecimiento de un contrincante, al final del día ya no se supo.

Lo que resulta curioso es que las aceras ahora son sustituidas por carreteras, y la imbecilidad esa si no cambia, es la misma, la que de pronto a uno mismo le agarra por el cuello y lo convierte en un orate dispuesto al mismísimo sacrificio para buscar pelea porque el del camionetón Lobo con pinta de narco casi nos saca del camino, y procedemos a echarle las luces, a mentársela, pese a la certeza que puede ser uno de los “malos” dedicados a trabajos no muy pacíficos que digamos, de tal modo que si tiene tiempo y ganas procederá a bajarse, patearnos el coche y si de plano la mentada del claxon fue muy sonora, es posible que recibamos entre ceja y ceja la bala que otorga pasaporte al otro mundo.

Nomás porque el “¡¿qué?!”, se vistió de luces tamaño reflector y el culto y respetuoso señor de las malas artes llevaba prisa y decidimos que también podíamos contestar con un “¡qué de qué!”.

Así que mejor no le juegue al vivo.

Deje que pasen, que la prisa que llevan ojalá se los lleve al descanso eterno, pero no se meta con el destino, que de la nada y por un motivo ínfimo, estúpido, puede derivar en una verdadera tragedia. Para que un imbécil mate a otro porque lo vio feo, o porque le recordó a su jefecita con el claxon, siempre, siempre debe haber otro imbécil. Esa es una verdad absoluta que ni el doctor Gatel la puede negar.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta