Puros desalmados
Se le veía diferente porque en los ojos llevaba una marca justo en el iris.
Al principio pensamos que alguna caída de las muchas que tenía en estado de ebriedad, un pinchazo con los lentes, habían producido una pequeña abertura que casualmente se observaba cuando miraba a contraluz: una diminuta placa rectangular con forma de ventana, y la certeza de que alguien se asomaba y señalaba con ansiedad sus propios ojos.
Tuvieron que pasar tres años para que finalmente un oftalmólogo de los que ya no hay, es decir de los que no tienen como único remedio recetar lentes a diestra y siniestra, aportó la temida verdad: el hombre se había quedado encerrado en sí mismo, y lo que se observaba en el iris, era con toda seguridad el alma que debía haber partido a otros lugares, pero que por el golpazo, que sí existió, acabó presa en la mirada.
Es decir que vivía horas extras en su existencia del todo rutinaria y normal.
El prominente médico mostró incluso en simposios internacionales el caso único del hombre que aprisionó su alma en los barrotes del iris, con tal maestría que incluso adquirió forma humana y una habilidad especial para mostrarse de manera descarada al paso de los meses.
Lógico es decir que por algún tiempo acaparó los titulares de la prensa, que cansados de muertes y marchas, empezaron a optar por historias edificantes, y es evidente que no había otra más edificante que la del hombre que había logrado separar el alma de su cuerpo, pero sobre todo mantenerse vivo sin problema alguno.
Porque cualquier muerto decente hubiera podido testificar que se deja el mundo de los vivos, justo cuando el alma se separa del cuerpo. Es decir que en vida uno la trae, el alma, pegada a la piel, pero bajo ninguna circunstancia es posible separarla y darle calidad y fisionomía humana.
Todos entendemos que debe tener una apariencia de fantasma, y que es un vapor que se eleva a los cielos cuando dejamos de respirar. Eso es lo normal digamos, y lo que toda buena familia tiene en los recuerdos de cada uno de los abuelos ya difuntos.
Pero sucede que este hombre llevaba el alma en los ojos, y no es ninguna figura poética ni nada por el estilo. Era justamente eso: el iris de cada una de las canicas que llevaba, tenía una ventanita desde donde se asomaba el alma.
Y por lo que se ve también opinaba, porque intentaba hacer entender con gritos y llanto, que le escucharan. Pero se entenderá que por su tamaño tan diminuto, ni el micrófono de mayor rango pudo captar una sola de sus palabras.
Así que la misión fue desechada casi en automático.
Y el hombre conminado a acostumbrarse a que el preso de sus ojos un día cualquiera amaneciera muerto, o todavía mejor: desapareciera.
Pasó tanto tiempo como el que contempla los cambios de sistemas políticos, que finalmente lograron derrocar a un gobernante para aguantarse con la llegada de un militar matón al que nadie le levantaba la voz o le hacía marchas o cosas por el estilo, porque era de todos conocido que más tardarían en hacerlo que ser echados al mar infestado de tiburones cuando bien les iba, o reventados a golpes en un cuartel.
Tuvo que morir el dictador y regresar un presidente civil. Tuvo que dar vuelta la rueda de la vida, y de nuevo desatarse por todos lados protestas y marchas, para que una mañana el hombre amaneciera muerto.
De inmediato llegó un grupo interdisciplinario de científicos. Le abrieron los ojos, apuntaron con descomunal microscopio y sucedió lo que tenía que suceder: aún existía la pequeña ventanita de barrotes plateados, pero del alma ni rastro.
Por algún medio había logrado escapar. Y el gran temor era que otras almas hicieran lo mismo, sin dar tiempo siquiera a que las personas se despidieran. Enojada como iba esa alma luego de larguísimo cautiverio, todos daban por hecho que buscaría venganza, y la forma más sencilla era dejar a toda una humanidad sin alma.
Y eso finalmente sucedió.
Todos nos quedamos sin alma, y por eso las cosas están como están.
Puro desalmado.
Mil gracias, hasta mañana.
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