Una cosa es ser candidato, otra gobernante
La avalancha de impugnaciones presentadas ante los tribunales electorales del Estado y a nivel federal por parte de los hasta ahora ex candidatos perdedores en los municipios de Pachuca, Tulancingo, Tula y Actopan, entre otros, hacen ver por un lado una severa crisis en el sistema electoral, pero también impiden observar con claridad que el esplendor de Morena logrado en los comicios presidenciales vive, a pocos años de esos momentos de gloria, un declive preocupante para sus dirigentes, pero fundamentalmente para su jefe político que es el Presidente Andrés Manuel López Obrador.
Bajo ninguna circunstancia los hoy demandantes estarían en esa situación, de haberse mantenido el atractivo absoluto que representó el Jefe de la Nación, pero una cosa es el papel como candidato y otra, muy diferente, el de gobernante de un país tan convulsionado como México. El acto de gobierno desgasta, erosiona cualquier índice de popularidad, porque la tarea de prometer cambios y justicia para la sociedad mexicana dista mucho de la que se enfrenta con la cruda realidad que exige acciones que con mucha frecuencia no son populares.
Hidalgo es un caso a ser estudiado por los que tuvieron la certeza de que una vez en el poder, López Obrador sería inmune al deterioro que genera la acción de tomar decisiones, de ser el Poder Ejecutivo y por lo tanto de aterrizar en una realidad muy complicada los compromisos de campaña, pero también el ideario personal de quien se sabe destinado a la inmortalidad histórica.
Lo que Morena haga en la entidad hidalguense tendrá que repetirlo en todo el país, y deberá tener como eje central deshacerse de los compromisos adquiridos en campaña, que no pusieron ningún requisito para recibir el apoyo de grupos de poder que cobraron con creces su “desinteresado” trabajo a favor del hoy Presidente de la República, pero acostumbrados a obtener más de lo que aportaron, seguramente hartaron a López Obrador que con ellos habría iniciado una tarea necesaria de depuración al interior del Movimiento de Regeneración Nacional.
Morena no puede ni debe ser botín a repartir entre los que creen con absoluta certeza que llevaron a AMLO a la Presidencia. Tirar el lastre en que se han convertido antes que hundan al fondo del mar la embarcación, es deber urgente de quien creó ese partido y lo catapultó hasta los niveles que hoy tiene.
Si era asunto de pagar los favores recibidos, López Obrador ya lo hizo con las diputaciones locales y federales que le fueron entregados al Grupo caciquil que dio su apoyo en la campaña presidencial.
Estamos ciertos que las impugnaciones, en las que se incluye la anulación de las elecciones en algunos ayuntamientos, podría resultar con uno que otro logro, pero de ninguna manera otorgarán el visto bueno a un partido que se ha convertido en el peor enemigo de su fundador.
Porque la crisis morenista, igual que lo fue en la elección presidencial para el PRI, es de niveles apocalípticos sin el bálsamo mágico que representaba la imagen del Presidente, hoy con severas complicaciones traducidas en derrotas absolutas.
Los tribunales son la última instancia en un sistema de elecciones que no logra cimentarse de manera definitiva, y que por el contrario deja ver terribles fisuras. Sin embargo el perdedor es Morena, y el arrastre que tuvo López Obrador para hacer ganar incluso a los que nadaron de a muertito en los comicios presidenciales, simplemente desapareció.
Mil gracias, hasta el próximo lunes.
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@JavierEPeralta