Renuncia del cardenal Norberto Rivera

Se abre una nueva etapa en la Iglesia mexicana

El arzobispo de la Ciudad de México anuncia al Vaticano su retiro en una gestión de 22 años
México, un país donde el 82% de sus habitantes se considera católico, discute el legado que deja Norberto Rivera como arzobispo de la Ciudad de México, la más grande del mundo. El religioso ha entregado su renuncia al Vaticano al haber cumplido los 75 años de edad, como lo estipula el derecho canónico.
El papa Francisco todavía debe aceptar el retiro de uno de los religiosos más polémicos del país, algo que podría tomar meses o años. Su gestión de 22 años frente a la Arquidiócesis ha estado marcada por el encubrimiento de curas acusados de abusos sexuales. El caso más sonado es el de Marcial Maciel, el fundador de la Legión de Cristo.
“Espero que el papa aproveche la oportunidad y dé un signo de credibilidad al aceptar la renuncia rápidamente”, dice José Barba, una de las víctimas de Maciel. Barba, ex miembro de la congregación, sabe que es una “anomalía” que el pontífice acepte inmediatamente la renuncia de un cardenal. “Que se sepa que no es sólo por razón de edad. Por ese motivo se va cualquiera, pero sobre este hombre pesan razones muy graves”.
Rivera comenzó como cura en Durango y a sus 45 años, en diciembre de 1985, fue ordenado obispo de Tehuacán, Puebla. Su ascenso dentro de la Iglesia se dio en una coyuntura particular del catolicismo. Cerró el Seminario Regional del Sureste, que prestaba servicio a las diócesis más pobres y marginadas de México. “Su mensaje era imponer una visión estrecha, elitista, clericalista y reduccionista de las reformas que, en materia de formación del clero, impulsaron Juan Pablo II y el entonces cardenal Joseph Ratzinger”, considera el sociólogo Rodolfo Soriano.
Rivera abrazó la política de Roma que pretendía acabar con el comunismo y desterrar de América Latina la Teología de la Liberación, que deseaba construir una sociedad distinta basándose en cambios estructurales. “Instaura en su lugar el modelo de Maciel, que ha sido llamado la teología de la prosperidad: los ricos evangelizados con una conciencia tranquila que se encuentran con Jesucristo haciendo obras buenas para los pobres con modelos de ayuda y fórmulas bondadosas”, considera Alberto Athié, excura y uno de los principales denunciantes del horror de Maciel.

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