LA GENTE CUENTA
Y de pronto, en una mañana como todas en la gran ciudad, toda la gente, todo el ritmo acelerado, todo el barullo sobre las calles desapareció sin ningún aviso: no había pasos, no habían gritos, no había nadie a quien reclamar. Tan solo el sonido del viento jugueteando con las hojas sobre el suelo.
Las flores y las plantas se erguían orgullosas, los árboles respondían al estímulo del viento, los insectos se organizaban en filas para obtener algo de alimento, las aves ocupaban las ramas de los generosos árboles para descansar de su vuelo, mientras se refrescaban sus alas con la brisa, una con aroma a hierbas y vitalidad.
Pero en ningún espacio, en algún lugar no había presencia humana: ni en los grandes mercados, ni en los centros comerciales, mucho menos en los parques, en las instancias otrora rebosantes de humanidad, ahora con una ausencia remarcada. Ya nadie reclamaba, nadie se quejaba, nadie emitía odio de sus bocas.
Y fue entonces que los gatos, los perros, animalitos dentro de las tiendas de mascotas tuvieron el valor de salir a las calles, caminar sobre las aceras sin el temor de morir arrollados; y convivieron entre ellos, jugaron sobre la hierba, algunos se echaron a descansar sobre las sombras, fueron libres.
Unas nubes rodearon aquel lugar, y de ellas una lluvia bendita inundó el asfalto, alimentó a las plantas que lucían cada vez más verdes, hidrató el aire y limpió el cielo. Todos quienes aún existieron agradecieron a su manera aquella muestra, mientras que un sol benigno hacía más templado el ambiente.
La tarde llegó: ningún humano volvió después de tantas horas de ausencia, la oscuridad comenzaba a apropiarse de la bóveda celeste, y por ende de cada uno de los rincones de la ciudad. Y en cuanto el sol dejó de brillar en el horizonte, todos los animalitos, todas las aves y los insectos acudieron a sus respectivos hogares, esperando la luz del alba al día siguiente.
Y no muy lejos de allí, dos figuras humanas, quizá sobrevivientes de la desaparición masiva, irrumpieron aquel paisaje oscuro: reunieron un poco de ramas secas, y con ello hicieron una fogata. En sus ojos había cierto temor e incertidumbre, pero la tranquilidad de que la Tierra volvió a la vida.