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RELATOS DE VIDA

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RELATOS DE VIDA

Sin rastro

Aunque su clase favorita no está incluida en la boleta oficial de calificaciones de la escuela, nunca faltaba, porque sumergirse en el agua y aprender a nadar están en los primeros lugares de gustos.

Jeremías, un niño de apenas 9 años, disfruta de muchas actividades: intenta dominar una patineta, pedalea hacia la montaña, juega baloncesto y también ha probado con el futbol, pero la natación es algo que lo llena completamente, al grado de evita faltar, solo que sean causas de fuerza mayor.

En algunas ocasiones, sus padres han tratado de persuadirlo a faltar,  en su mayoría por el cansancio para el traslado, pero el llanto del niño de casi 10 años, los hace abortar la misión.

En un día habitual de la práctica de natación, y horas antes de asistir, Jeremías abusó de la comida asegurando que tenía mucha hambre porque en la escuela no tuvo receso por no cumplir con la tarea.

La comilona le comenzó a cobrar factura en el trayecto a las instalaciones que albergan la alberca, se quejó de cólicos, aunque asegurando que eran leves porque no quería que sus padres impidieran su asistencia.

Ya en el centro acuático, el menor entró al sanitario, luego pasó a las regaderas para enjuagarse, tal como lo señala el reglamento, y se introdujo al agua para atender las instrucciones del profesor.

Ya habían pasado 50 minutos de clase, y todo transcurría en completa calma estomacal, en los últimos 10 minutos solamente tenía que dar tres vueltas, iba a mitad de la tercera cuando un aire subacuático lo traicionó respecto a su padecimiento, y no por las burbujas que pudo generar el gas, sino porque salió “con premio”, dejando huella en la última parte del trayecto.

Afortunadamente, Jeremías no supo de la situación, el único que se percató fue el instructor, quien se acercó a él cuando salió de la alberca para cubrirlo con una toalla mientras daba la indicación a todos los nadadores de salir del agua.