
Las porras
Era fin de semana, de descanso escolar, de alejarse de la rutina, de salir en familia y de disfrutar del partido de fútbol de los hijos, en aquellos donde todo puede pasar y en donde de todo puedes oír.
Y es que en los partidos de los hijos, en cualquiera de los deportes, los padres, principalmente las mamás, cargan hasta con el perico para hacer ruido, hay tambores, matracas y afinan las mejores porras.
Curiosamente, también son las mamás las que comienzan con acciones antideportivas, pues mientras los papás la hacen de un segundo entrenador y dan indicaciones durante todo el juego, las madres no soportan que sus querubines sean tocados ni con el pétalo de una rosa.
Fue así como empezó la campal, un jugador tuvo una entrada fuerte sobre un contrario, acción que le costó la tarjeta amarilla, mientras que en las gradas la mamá del afectado inició a reclamar y agredir verbalmente al árbitro y al jugador del equipo enemigo.
Claro que la porra ubicada del otro lado de la señora con un excelente francés (por así nombrar al rosario de groserías y mentadas de madre), reaccionó inmediatamente y respondió a las indirectas del bando contrario, con la diferencia que éstas sí fueron directas.
Los ánimos se calentaron y en tan solo cinco minutos el espectáculo dejó de estar en la cancha para ser protagonizado por las porras en las gradas; hubo cortes de manga, mentadas de madre, unas cuantas “britney señales”, caracolitos y hasta botellas voladoras.
En tanto, los jugadores pasaron a ser espectadores, y presenciaban la mayoría de ellos apenados, el comportamiento de sus padres, y sólo por una entrada fuerte producto de la competitividad de los equipos.