
“Mi viejita”
“Anona” era como me llamaba la abuela, cuando estaba más pequeña pensaba que el apodo hacía referencia a mi nombre pero en “grandote” y me dijeron vivir en el error durante muchos años, hasta después de su muerte que me explicaron que se trataba de una fruta a la que comúnmente conocemos como guanábana.
Éste es uno de los principales recuerdos que tengo de “la viejita” como le llamaba mi “tata” o mi papá; además de la tradicional rascada de espalda, algo que en lo particular me gustaba mucho porque sus manos me transmitían tranquilidad, paz y un poco de somnolencia.
Aunque también, a 15 años de su partida, el pintarle las uñas de las manos y de los pies, es otro de los momentos que vienen a mi mente al recordar a mi abuela, habitualmente cuando la visitaba, principalmente los fines de semana, las actividades de belleza estaban dentro de las principales peticiones.
En esta remembranza de situaciones no puede faltar las aventuras que vivimos los nietos para esquivar a sus animales de granja, los guajolotes y patos eran nuestra peor pesadilla, pero también representaban nuestro mayor aprendizaje, pues siempre buscábamos estrategias para salir bien librados de sus corretizas.
Siempre recuerdo a mi viejita como una mujer de carácter fuerte, apegada a las viejas tradiciones, costumbres y valores, y tal vez por eso en ocasiones peleábamos porque mi carácter sé similar o peor.
No puedo olvidar verla, en los últimos años de su vida, con una frazada o suéter sobre la espalda, su bastón preparado para apoyarse en el caminar y también para espantarnos ante alguna travesura, pese a que la mayoría de los nietos ya estábamos en edades adultas.
Tampoco olvido verla sentada frente al ventanal de la sala o el comedor para tomar el sol vespertino; o bien, en la cocina preparando el alimento para la familia, como tampoco puedo olvidar la sazón de sus famosas habas en chile verde.
Mi viejita pese a ser corajuda, lo que sin duda se le notaba en la cara, era una mujer hermosa, alta, robusta sin ser gorda, con rasgos fuertes y con una sonrisa sincera, azote de las nueras y alcahuete de los hijos.
Pudo haber tenido fallas, nadie en esta vida es perfecto, tuve hermosos momentos con ella; aunque cruelmente uno que se ha quedado fijo en mi mente es el de la historia que me contó mi tía un día después del fallecimiento de mi tata, verla sentada en la silla ubicada a un costado de donde estaba el féretro del amor de su vida, esperándolo para irse juntos a continuar con su amor, pero ahora en la vida eterna.
La razón del por qué sigue en mi mente, a parte de ser romántica y patrañosa, es porque a pesar de sus múltiples peleas permanecieron juntos, incluso en “el más allá”, y eso aún me hace creer que existe el amor.