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RELATOS DE VIDA

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RELATOS DE VIDA

La limosna

Andaba por las calles, visitando cada negocio, y en cada uno en el que entraba, salía con la cara desencajada a punto del colapso y con los ojos cristalizados previendo la descarga de la tormenta interna.

Don Celerino es un adulto mayor de 65 años de edad, y es conocido por la mayoría de los habitantes del pueblo, pues diariamente lo recorre con su carrito de paletas, el cual dejó desde hace un par de semanas.

Ahora visita a cada comercio y platica con toda personas que se encuentra por la calle, con la misión de recolectar dinero para atender una emergencia doble.

Hace dos semanas, vendiendo su mercancía, fue arrollado por un automovilista, el cual se dio a la fuga y lo dejó tirado con un brazo fracturado que necesita de una intervención quirúrgica; y por si fuera poco, su esposa se encuentra hospitalizada por una enfermedad respiratoria aguda.

La pareja vive sola desde hace más de 10 años, sus dos hijos se fueron a Estados Unidos a trabajar, y aunque les mandan dinero, los gastos están a la orden del día pues las ventas han bajado considerablemente.

Ante la problemática de salud y no poder trabajar, busca ayuda económica para cubrir su cirugía y los gastos de hospitalización de su pareja de años, por eso entra a cada negocio planteando su situación y solicitando ayuda, sin embargo de cada uno sale cada vez más triste.

La noche había caído, tenía hambre, estaba cansado y preocupado, atravesó la calle para llegar al camellón y soltó en llanto; un hombre de edad avanzada se acercó para preguntar si necesitaba algo, con la voz quebrada le contó su situación y lo que estaba pidiendo, sin embargo el llanto no permitió escuchar claramente salvo la última frase “nunca me imagine estar haciendo esto, pedir limosna es horrible” y siguió llorando.

El hombre apenado, quien por cierto era dueño de una cadena de farmacias y consultorios, lo tomó del brazo y le aseguró que todo estaría bien, lo subió a su carro, hizo unas llamadas telefónicas y le programó la cirugía gratuita y el pago de la hospitalización.

Don Celerino no daba crédito de lo que había escuchado, abrazó al empresario, se limpió las lágrimas y con la tarjeta en mano con el teléfono del “gran ángel” regresó a su casa, prendió unas veladoras, dio gracias a Dios y después de dos semanas de pedir limosna sin conseguir apoyo, pudo descansar, con la seguridad de que podrá atender a su esposa y operarse para seguir vendiendo sus paletas.