
Soledad
No estaba sola, la soledad no llegó porque si, había una vacío que la hacía sentir que el mundo no valía nada, que ella no valía absolutamente nada, y que no había sentido en seguir en este mundo terrenal.
Se sentía sola, pero porque se aisló de todos, familia, amigos, compañeros de trabajo y su rutina laboral contribuyó al aislamiento, no tenía vida social y el único momento preferido era cuando llegaba a su casa, se quitaba las zapatillas, y llegaba hasta su cuarto a tirarse para dormir.
Dormía dos horas y se levantaba nuevamente para bañarse, ponerse la pijama, cenar y volver a su cuarto para continuar con su plácido sueño, hasta el siguiente día en que suena la alarma en punto de las seis de la mañana.
Pese a las llamadas, invitaciones, pláticas y consejos siguió en la misma dinámica, pero cada día con menos energía y más ganas de dejarlo todo e irse para siempre, al final “nadie la extrañaría porque nadie la quería y mucho menos la amaba”.
Después de tanto cansancio anímico, al llegar a su casa y quitarse las zapatillas descorchó una botella de vino, comenzó a tomar directo de la botella, puso algo de música, bailó, salió a la terraza de su departamento, vio las luces de la ciudad y le llegó un nuevo aliento de esperanza, estaba segura que ahora las cosas cambiarían.
Fue tanta su energía e ímpetu por tener un nuevo comienzo que al dar la vuelta hacia el interior de su hogar para ir por otra botella para celebrar que tropezó y cayó del balcón, y su comienzo se fue con ella.