
Pánico
Todos estaban sentados alrededor de la mesa, previamente se lavaron las manos, y solo estaban en la espera de su tío: un hombre mayor que vivía a un lado de su casa, por lo regular demoraba diez minutos en llegar a la habitual comida diaria.
La puerta se abrió, todos estaban ansiosos, estaban hambrientos, pero por educación tenían que esperar a su familiar, por regla de la casa; una vez ya acomodado en una silla, comenzaron a comer.
Al concluir, siguieron con un café con leche y un pan, en tanto platicaban del día, aunque la mayoría permanecía en casa por la contingencia sanitaria, unos cuantos debían salir a trabajar para llevar el sustento al hogar.
Las pláticas habitualmente eran de contagios, decesos, amigos o conocidos infectados, y el estrés de no ver la luz al final del túnel, aunque el inicio de la vacunación daba mayor esperanza a los integrantes de la familia.
Luego de una buena y relajante charla, levantaron los trastes sucios y en la cocina, mientras los lavaban, algunos continuaban con la plática; cuando se oyó un estornudo, seguido de un ataque de tos, era el tío.
Rápidamente los familiares acudieron a él, unos tomaban la temperatura, otros colocaban el oxímetro, y otros más hacían preguntas; “¿estás bien? ¿Te duele la cabeza? ¿Ya habías tenido tos? ¿Puedes respirar bien?”.
El ataque directo y constante de cuestionamientos, así como las mediciones desataron un lapso de desesperación en el tío, quien con voz fuerte gritó a los presentes:
– ¡Ya cálmense! La tos fue porque me atraganté con mi saliva y el estornudo porque sacudí el polvo del cojín.
Sonrojados por lo sucedido, pidieron una disculpa por la reacción en tanto admitían que se encontraban en un estado de pánico general; y luego, las carcajadas reinaron en el espacio.