RELATOS DE VIDA

Siempre puntual

Aún no era tarde, pese a que las manecillas del reloj marcaban las 20 horas aún contaba con una hora más para llegar a la cita concertada hace aproximadamente una semana; sin embargo preveer situaciones para evitar un retraso era de sus grandes características.

Francisco, un joven adulto de 35 años, regia su vida en los valores enseñados por sus padres, quienes hace un año habían fallecido a consecuencia de un accidente automovilístico; y creia que la mejor manera de honrarlos era cumpliendo con su ideología y enseñanzas, principalmente el r espero y ante todo la puntualidad.

Salió de casa confirmando llevar sus pertenencias indispensables, cartera, llaves y móvil; caminó a la estación del metro que se encontraba a tan solo una cuadra de su departamento, al llegar deslizó su tarjeta e ingresó para esperar el transporte que lo llevaría a tan esperada reunión.

La adrenalina, nerviosismo, emoción y esperanza de encontrarse con la persona que consideraba era el amor de su vida le dificultaban concentrarse en sus movimientos y para evitar una torpeza se concentró en el celular jugando una partida de sudoku.

Estaba parado, cerca de unos 10 centímetros detrás de la línea amarilla que marca el límite de distancia con el vagón, regla marcada por seguridad de los usuarios derivado de la velocidad del metro.

Ya había concluido la partida de sudoku, revisó la hora, aún le quedaban 30 minutos para llegar, apagó el celular y respiró profundamente; echó un vistazo a la gente en su alrededor, la mayoría parejas de enamorados y uno que otro solitario que posiblemente iba de regreso a casa después de un día de trabajo.

A lo lejos se oía el sonido característico del correr de los vagones sobre las vías, y de reojo se percató de una sombra saltar al vacío, en donde en tan solo unos minutos llegaría estrepitosamente el transporte; Francisco rebasó la línea amarilla para verificar, era un joven de escasos 22 años.

La sorpresa, el miedo y aún la adrenalina y nerviosismo por su gran noche lo empujaron a saltar a dónde se encontraba el desconocido, lo levantó asegurándole que la vida era para vivirla, no para arrancarla.

El joven suicidas se resistía a subir, pese a los esfuerzos de Francisco por cargarlo y sacarlo del vacío, mientras que el sonido de velocidad del metro era más cercano; y fue el mismo rugir de las vías que lo impulso a sacar al joven despistado.

Inmediatamente aplicó la fuerza para brincar y jalarse hacia la cinta amarilla marcada en el piso, faltaba poco, resbaló y paso el vagón ante la mirada atónita de los usuarios que observaban detenidamente el acto heróico de Francisco.

El metro paró y ya no siguió su curso hasta después de dos horas, después de concluidos los peritajes, el cuerpo de Francisco que iba anticipado a su gran noche, estaba tirado y a los lejos solo parecía una sombra, misma que seguramente andará en pena por haber faltado a su esencia, pues peor a llegar tarde es no llegar. 

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