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RELATOS DE VIDA

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El conejo

Inició con temor a no poder, a sentirse mal, a comenzar a broncoaspirarse por no poder regular la respiración al momento de realizar el esfuerzo de llegar a su destino final, aunque le invadía la adrenalina y ansiedad de lograr un reto fijado, más por orgullo que por gusto.

Bajó del automóvil, acomodó la rodillera en la pierna derecha y la faja para asegurar que la hernia umbilical no saliera del lugar con el arranque; colocó el casco y un cubreboca, montó la bicicleta y comenzó con la travesía.

Su más grande terror comenzaba a mostrarse en tan solo 200 metros recorridos, estaba agitada y sentía que el corazón se le salía del pecho, intentó calmarse inhalando por la nariz y exhalando por la boca, parecía que funcionaba.

En unos minutos alcanzaba el kilómetro de recorrido, estaba tranquila y animada todo indicaba que las cosas iban bien, no obstante pensaba en el dolor de piernas y glúteos del siguiente día, pero no importaba si llega a la meta.

Lo más complicado estaba por venir, caminos planos pero en pendientes, no podía pedalear más rápido, tenía que llevar un ritmo para no cansarse, aguantar cada una de las subidas y principalmente subirlas.

Cuando por fin subió la primera de ellas su cara se iluminaba más, cada kilómetro, cada minuto, cada curva y cada pendiente alcanzada ya era un reto en sí ante los escasos pronósticos de supervivencia.

Los momentos más divertidos eran sin duda las bajadas en las cuales aprovechaba para relajar las piernas, pedalear más rápido y dejarse ir, como diría el dicho “como gorda en tobogán”, aunque en algunas ocasiones le implicara el casi caer por no sostener bien el manubrio o por soltar los pedales.

Faltaban las últimas dos curvas, mismas que estaban en pendientes prolongadas, el ver hacia adelante representaba un espejismo, cada vez se hacía más lejano llegar y la famosa piedra del conejo, meta fijada se veía distante y borrosa.

Pedaleó a su paso, agachó la cabeza para no ver el trayecto faltante, inhaló y exhaló tal como se lo aconsejaron al inicio del reto, las piernas ya no respondían pero ella les exigía, debía llegar, justo a 200 metros del final no pudo más, además que la hernia estaba a punto de explotar.

No podía solo bajar y aguardar a que sus amigos pasaran a recogerla, comenzó a caminar con la bicicleta a un lado, y al dar la vuelta ahí estaba, majestuosa y bien definida, la piedra del conejo, llegó y logró el reto, y con ello, el respeto de sus opositores.