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RELATOS DE VIDA

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¡Sálvenlo, no quiero que se muera!

Estaba llegando la noche, las pequeñas estrellas comenzaban a vislumbrarse con mayor claridad, su centellear era más notorio y la oscuridad empezaba a cobrar terreno en lo alto del cerro donde se ubicaba la pequeña cabaña.

Los participantes del majestuoso escenario, principalmente residentes en la ciudad, no podían creer el impacto del paisaje, no daban crédito de la paz y tranquilidad que el cobijo de la luna al sol emanaba.

El frío azotaba, tomaron sus chamarras y se recostaron sobre el pasto del  patio delantero para disfrutar mejor del espectáculo, para algunos el ambiente se tornaba romántico, abrazaron y besaron a sus parejas, e intercambiaban comentarios de la experiencia.

Todo era quietud y armonía, amor y comprensión, algunos hasta conciliaron el sueño al sentirse protegidos por el manto de la noche tapizado de estrellas y luceros que no permitían la obscuridad absoluta.

Pero en un instante todo cambió al escuchar del interior de la cabaña gritos de coraje y dolor, eran Mariana y Felipe, quienes minutos antes habían entrado al inmueble para tomar cobijas y disfrutar de mejor manera el glorioso firmamento.

Los amigos salieron corriendo al encuentro, y la primera impresión fue encontrar a Felipe tirado en el piso sobre un charco de sangre, y Mariana parada a un lado portando un cuchillo en la mano ensangrentado.

Nadie quería acercarse, la paz se transformó en miedo, aunque un valiente se acercó al hombre para checar signos vitales, aún estaba vivo y dirigiendo la mirada a la mujer le cuestionó: -¿qué pasó?.

-Me confirmó su infidelidad y me pidió perdón, pero no lo pude aceptar, el cinismo con el que confesó su aventura fue humillante que mi primer impulso fue lastimarlo, pero no quería llegar a esto, algo me cegó y lo primero que vi fue el cuchillo, lo tomé y ya no pude parar, -respondió angustiada y arrepentida.

-Llamen a una ambulancia, no creo que aguante, sigue perdiendo sangre – solicitó gritando el amigo de la pareja, mientras el grupo aún no digería la escena; -¡Sálvenlo, no quiero que se muera! – gritó desesperada Mariana, mientras se aferraba aún más al cuchillo.

Cuando en un arranque de adrenalina y coraje sujeto el arma con ambas manos y se la clavó en el vientre, una y otra vez, hasta desvanecerse y quedar tirada a un costado del que fuera su pareja.

Después de unos minutos y de manera repentina, una tormenta azotó en lo alto del monte donde se ubicaba la cabaña, fue suficiente para que Rosalba, una integrante del grupo despertara del sueño preguntando angustiada: -¿Dónde están Felipe y Mariana? – mientras dirigía su mirada al inmueble, confirmando que se encontraban en la terraza abrazados y tapados con una cobija disfrutando el paisaje.