Entre sorbos de café
El insomnio no la dejó dormir, después de mil vueltas como en una rueda de la fortuna, se incorporó de la cama, calzó sus chanclas y caminó al lugar en donde pasa la mayor parte del día, pues la labor ahí nunca se acaba, la preparación de alimentos, el lavado y acomodo de trastes, además de ser paso obligatorio para usar la lavadora.
Calentaba un poco de agua, en tanto echaba en su taza preferida una cucharada de café para después verter el líquido hirviendo, de acuerdo con la cultura familiar la cafeína es un buen remedio para conciliar el sueño.
Una vez preparado, tomó con fuerza la oreja de la taza y unos pasos adelanté se encontró con el sofá, en donde se acomodó para disfrutarlo, mientras pensaba la razón de la somnolencia, en verdad estaba cansada de la faena del día, mejor dicho de la rutina diaria.
El día incluía levantarse, asearse, preparar el desayuno, desayunar, lavar una tanda de ropa, comenzar con la preparación de la comida mientras lava trastes, barrer y trapear, el famoso Home Office, y el apoyo en las clases y tareas en línea de los niños, comida, un poco de ejercicio, un tanto más de televisión y nuevamente a la cama.
En ocasiones las actividades cambiaban, se incluía un tiempo de meditación, también de arte como dibujar o colorear, hacer manualidades, acabar con pendientes como lavado de gorras o tenis, limpieza de cajones, acomodo de documentos, clasificación de libros o el cambio de muebles; sin embargo, la mayor parte era lo mismo.
Las actividades parecían tediosas, pero de un modo extraño también satisfactorias, pensaba que en 15 años de vida familiar solo había entrado a la cocina para servir cereal, preparar un sándwich, algunas veces hot cakes, cocinar arroz con leche, hacer gelatinas, cocer verduras, además de calentar leche o hacer café, así como la preparación de los lonches para la escuela.
Ahora ha variado el menú, en ese espacio que parecía obsoleto se prepara sopa aguada y fría, bisteces, pescado, chilaquiles, tacos dorados, gorditas, ensaladas, licuados, quesadillas, enfrijoladas, tulancingueñas, arroz, entre otros platillos.
Echando un recorrido visual por la casa, mientras daba un sorbo al café, entró en conciencia que si bien la casa habitualmente no estaba sucia, ahora se ve diferente, todo está muy bien acomodado, hay nuevas cosas, cuadros con fotografías, letreros con frases como “siempre sonrían”, “los amo”, incluso macetas con flores, hasta una jarra que funciona como alcancía, y que nunca tenía dinero, ahora ya deja ver algunas, que a ojo de buen cubero, suman 200 pesos en monedas 1 y 2 pesos.
El vistazo y los recuerdos del pasado fueron suficientes para concluir con el café, ya había empezado a bostezar, dejó la taza en la mesa del comedor, ingresó al baño para lavarse los dientes y regresó a su habitación para acostarse y dormir.
Ya se encontraba tranquila, la cuarentena le dio una oportunidad, no solo para arreglar la casa y asuntos pendientes, sino también personales, se reencontró con sus hijos, disfruta de juegos de mesa, películas, pláticas, lecturas, sabe cosas que desconocía de sus pequeños, comparte todo el día con ellos, cuando antes solo contaba de pocas horas, finalmente pese al cansancio de la rutina aprendió a organizar el tiempo y disfrutar de cada momento; y todo lo reconoció entre sorbos de café.