Encerrado pero feliz
A pesar de permanecer encerrado entre cuatro paredes, de sentir frío por la noche, de no contar con lujos, ni vivir las fiestas familiares, Jorge está tranquilo, vive feliz, su conciencia está tranquila y el remordimiento es un sentimiento desconocido.
Tiene apenas 16 años, usa diariamente una playera blanca y una camisola caqui, despierta alrededor de las siete de la mañana, aplica medidas de higiene personal y después la limpieza de su dormitorio, para que en punto de las ocho se dirija al comedor comunitario con un envase en mano y recibir los alimentos del desayuno.
Los límites, las medidas de seguridad, las restricciones y las pocas visitas de sus seres queridos, no representan el impedimento para ser feliz, por el contrario son razones para agradecer a la vida de seguir vivo y sin abusos.
Estoy vivo y soy feliz, no me arrepiento de lo que hice, por mucho tiempo sufrí el acoso de mi vecino, que aprovechaba cada oportunidad para someterme y obligarme a “chupársela”; y en ocasiones a uno de sus amigos – dijo Jorge en una charla a su compañero de celda.
Más de un año sufrí del acoso y del abuso, cansado presenté mi denuncia, pero al regresar a casa me golpeó hasta quedar inconsciente, no sin antes advertirme que si lo volvía a intentar me mataría – continuó la plática con un poco de incertidumbre, tal vez recordando esos momentos.
Mi miedo era demasiado grande para volverlo a intentar, y me encerré en casa por mucho tiempo, mi ruta solo era de casa a la escuela y después nuevamente a casa; aunque en el trayecto imaginaba lo que haría si se volvía a acercar a mí – comentó mientras observaba al techo, recordando todos sus planes.
Un día, por hacer un trabajo, salí tarde de la biblioteca y me dirigía a casa, cuando sentí su brazo alrededor de mi cuello mientras me decía – una chupadita antes de que llegues – pero cuando intentó agarrarme del cabello y agacharme, forcejeamos, perdió el equilibrio y cayó golpeando su cabeza contra una piedra – señaló en tanto golpeaba sus manos en señal de venganza.
Sólo pensé que tenía que deshacerme de él y parar el abuso, no sabía si estaba vivo y no quiso corroborar, solo corrí a mi casa y tomé una garrafa con gasolina que guardaba mi papá en la cochera, regrese a la escena, lo rocié y prendí fuego; y observé detenidamente como la carne se deshacía mientras inhalaba los olores que expedía – expresó burlonamente.
Una vez que se consumió la gasolina y su cuerpo, regresé a casa a buscar una pala y nuevamente en el terreno baldío cavé un hoyo y arroje los restos, con eso sepulté las chupadas que me obligaba a realizarle.
Una semana después, parte del poco cuerpo que quedaba fue descubierto por un perro, cercaron el área y comenzaron las investigaciones, cuando llegaron a mi casa a preguntar simplemente dije, yo fui, no por remordimiento, sino de alegría de haberme liberado, y aunque estoy preso, estoy feliz de haberlo hecho.