No sabía lo que el amanecer traía consigo, no imaginaba lo que las primeras horas del día aguardaban, ni siquiera podía pasar por su incrédula mente, lo que el rencor, odio y amargura desatarían en algunos instantes.
Caminaba tranquila pensando en las actividades que debería terminar, se dirigía a su automóvil a recoger el monedero que había olvidado para sacar un par de billetes para el pago de la comida; después de recorrer cada espacio del pequeño atos la última opción era la guantera, mientras la abría, de reojo trataba de descifrar la silueta corpulenta que se acercaba.
Tomó la cartera, cerró la puerta y reveló el enigma, su vecino estaba justo atrás, malencarado como toda si vida, en respuesta a la insignificante vida que llevaba, por todos los proyectos fallidos y las esperanzas caídas; precisamente esa fría mañana sus peores demonios habían despertado.
Hizo una reclamación a manera de alerta, misma que no fue descifrada a tiempo, y se abalanzó contra su frágil cuerpo, la jaló del cabello logrando quitarle el equilibrio cayendo al piso, la pateó y nuevamente la tomó de la rizada cabellera para levantarla y presionarla contra la pared.
Recibió golpes en la cara, brazos y espalda, el miedo obstaculizó su defensa, sus gritos eran débiles, y su esperanza diminuta; pero no dejó de pelear por la vida que parecía escurrirse entre sus pequeñas y maltratadas manos marcadas de blanco por la pintura y la resina de su trabajo.
Jamás creyó en milagros, así que no esperaba uno aunque lo anhelaba con todo su ser; aguardó con tranquilidad a pesar del dolor por la sucesión de golpes; mientras rogaba por una distracción que le permitiera soltar un solo puñetazo, y el amorío de unos gatos se lo concedió.
El golpe sorpresivo derribó al atacante por unos segundos, ella corrió como pudo, buscó ayuda e interpuso la denuncia; más de 20 días estuvo en rehabilitación y un mes más en terapia; pero recuperó su fuerza, su autoestima; mientras que el agresor vive entre sombras huyendo de sus demonios.