EL ÁGORA
Abogado y profesor del Instituto Tecnológico de Monterrey, el maestro Gerardo Vela se incorpora a partir del día de hoy a la plantilla de colaboradores. Su amplia trayectoria como investigador, nos garantiza textos que nos permitirán lograr una visión más amplia del fenómeno político en el país y el mundo. Sea bienvenido. No deje de leerlo todos los días martes. Hoy, por única ocasión en viernes.
El escenario político global ha cambiado aceleradamente en los últimos años. El avance de movimientos ultraconservadores, alimentados por nacionalismos exacerbados, crisis económicas, desempleo, racismo y discriminación, es acompañado por la puesta en peligro de millones de personas que requieren de gobiernos que comprendan que los derechos y libertades fundamentales no están sujetas al arbitrio u opinión de las mayorías, ni de las personas o partidos que ostentan el poder.
Diversos eventos y personajes dan cuenta de esto. Así, por ejemplo, en Reino Unido el 51.8% de los votantes de un referendo celebrado en 2016, decidió que lo mejor para “recuperar el control” de sus fronteras, como respuesta al problema de la inmigración, era abandonar la Unión Europea, poniendo esa idea por encima de la libre circulación de trabajadores, mercancías, servicios y capitales que supone pertenecer a dicha organización. Hasta ahora el Brexit no se ha materializado, pues a pesar de que la salida definitiva del Reino Unido estaba programada para el 29 de marzo de 2019, se concedió al gobierno británico una prórroga hasta el 31 de octubre de 2019 y, aún así, no hay certeza de qué es lo que verdaderamente sucederá, ni de cuándo.
En Alemania y otros países de Europa, han cobrado fuerza grupos fascistas y neonazis que amenazan con aumentar sus espacios político-electorales, pues desean obtener mayor representación en parlamentos, juntas de gobierno y puestos administrativos, empujando manifiestos xenófobos y convenciendo a cientos de miles de que el discurso de odio se justifica por la libertad de expresión.
Por su parte, en 2018 el pueblo brasileño eligió al ultraderechista Jair Bolsonaro como su nuevo Presidente, no obstante sus múltiples declaraciones de homofóbicas, machistas y racistas en medios de comunicación.
Uno de los peligros más grandes que implica el surgimiento de liderazgos y movimientos conservadores, de ultraderecha y nacionalistas, es la normalización de la retórica “anti-derechos”. Así, donde se recrudecen crisis económicas, laborales, poblacionales y de seguridad pública, se convierte en una salida fácil buscar culpables en aquellos que parecieran ser extraños o ajenos a un estatus de falsa normalidad, lo que da lugar a señalamientos y estigmatización de las minorías o de quienes se encuentran en situación de vulnerabilidad; los migrantes, las agrupaciones de la diversidad sexual, las personas en pobreza o quienes pertenecen a sectores étnicos o religiosos diferentes a los mayoritarios.
El personaje central de esta transformación del panorama mundial es la estrella televisiva y magnate inmobiliario, Donald J. Trump, quien en 2016 ganó contra todo pronóstico las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Desde el inicio de su campaña, Trump sostuvo un discurso abiertamente racista y xenófobo, especialmente dirigido contra los mexicanos e hispanos en general, envalentonando a los nacionalistas y supremacistas blancos, quienes cada vez se sienten más cómodos diseminando odio públicamente.
El sábado pasado, Estados Unidos se sacudió por el acontecimiento de las matanzas multitudinarias en las ciudades de Dayton, Ohio y El Paso, Texas. En esta última, el homicida Patrick Crusius, un jóven blanco afín a las ideologías que Trump ha propagado, dijo: “Mi objetivo era matar tantos mexicanos como fuera posible”. Al menos una veintena de muertos y otra más de heridos dejó como saldo ese terrible acto; entre ellos, ocho ciudadanos mexicanos hasta el momento.
Como en ocasiones anteriores, Trump y el Partido Republicano han minimizado el impacto de la proliferación de armas de fuego en relación con este tipo de matanzas, señalando como causas de las tragedias los “problemas de salud mental” y los “videojuegos de contenido violento”. Claro, difícilmente el Status Quo del conservadurismo norteamericano se contrapondrá a la agenda de una de las asociaciones con mayor poder de cabildeo, la Asociación Nacional del Rifle, NRA, por sus siglas en inglés.
Por ello, muchas voces dentro y fuera de la política estadounidense, han exigido que estos hechos sean llamados por lo que son, crímenes de odio racial, facilitados por la abundante disponibilidad de armamento en el mercado. Sin duda, son muchas las soluciones pendientes para nuestro vecino país del norte.
Pero, ¿qué pasa con México?, ¿qué reflexión debemos obtener de todo esto, independientemente de la profunda tristeza y rabia que, desde luego, nos genera la noticia? Pues bien, tendríamos que ser muy ingenuos para no darnos cuenta de que precisamente el odio y el racismo que tanto nos indigna cuando proviene de estadounidenses hacia mexicanos, es equivalente a la discriminación, el racismo y el clasismo que ejercemos de forma cotidiana entre mexicanos y contra los migrantes centroamericanos. ¿Acaso entenderemos como sociedad hasta que tengamos ante nuestros ojos una tragedia como la del fin de semana pasado en El Paso?, ¿qué tan delgada es la línea entre el patriotismo y el nacionalismo fascistoide?
Sí, son lamentables los hechos que se dieron en Estados Unidos; sí, tenemos todo el derecho a indignarnos y no, ninguna de las víctimas es culpable de absolutamente nada, se trata de gente inocente que perdió la vida o resultó herida a causa del más repugnante nacionalismo. Mi solidaridad y empatía con todas las familias.
Sin embargo, tenemos la oportunidad de cuestionarnos qué tanto somos parte de una tendencia global de conservadurismo recalcitrante que está ocupando, a pasos agigantados, posiciones de poder y decisión. No nos equivoquemos, al final del día, ni Trump, ni Bolsonaro son quienes inventaron el odio, pero han demostrado que existen millones de personas lo suficientemente cínicas y dispuestas para seguir su ejemplo.
Frente a este contexto, los mexicanos debemos preguntarnos de qué lado de la historia queremos estar. No podemos dar paso atrás en la defensa de los derechos humanos y en la lucha por una justicia verdaderamente material para todas las personas.
*Abogado y profesor del Tecnológico de Monterrey