Recuperar el valor fundamental de la palabra

Recuperar el valor fundamental de la palabra

RETRATOS HABLADOS

“Se puede matar, destazar, desaparecer gente. Esto, que pasa a diario, muestra que la repercusión de la crisis de la palabra es gravísima: ya no podemos entender la sacralidad de la vida. La destrucción del lenguaje que están generando los medios de comunicación y las redes sociales es degradante. En Internet están en el mismo rango un filósofo de la altura de Hegel y el último sitio pornográfico. Es la destrucción de órdenes jerárquicos de sentido”, señala el poeta Javier Sicilia, quien perdió a su hijo Juan Francisco, luego de ser secuestrado y asesinado por el crimen organizado en México.

En muchos sentidos somos cómplices del profundo desprecio que en estos tiempos se tiene por la palabra en un país como el nuestro. Como nunca prolifera en programas de televisión el uso de groserías, bajo la presunta intención de “comunicarse sin cortapisas con la juventud”. “De 100 palabras, 30 son majaderías; con esto no se puede mirar el mundo, ni concebir que haya una alteridad”, señala Sicilia.

El poeta insiste en que la crisis de la palabra nos lleva al desprecio absoluto por la vida, y por ende la incapacidad para entender su carácter sagrado. Hay una destrucción evidente del lenguaje que día con día nos cancela toda posibilidad de asumir lo que siente el otro, los otros. Por eso la siempre patética forma de expresarse de los asesinos que hoy como nunca abundan en nuestro territorio. Son seres baldados, incapaces de dar un paso sin tropezar con una maldición contra el que lastiman, hieren, matan, porque no tienen otra forma de nombrar la realidad miserable en que han crecido y de la que a toda costa buscan expulsar a cuanta ser vivo se atraviesa en su camino.

Hay que recuperar el valor fundamental de la palabra, del lenguaje, su valor cierto, verdadero para crear, dar vida donde no la hay. Y no, no es asunto sólo de poetas como Javier Sicilia. Es una tarea de todos, para reaprender la capacidad de dialogar, reflexionar sin colocar verdades absolutas, que no las hay, como requisito primero.

Como nunca es el momento propicio para poner en marcha esa tarea, cuando descubrimos con espanto que en los espacios de poder existe una tendencia a despreciarla, a usarla a conveniencia, sin respeto, sin reparar en que su corrupción tiene como único destino el desastre.

Hemos insistido en perdernos en un laberinto absurdo de palabras que no lo son, porque hasta eso hemos olvidado, es decir que ya no reconocemos la palabra que es, de la que no lo es. Y eso es grave, terrible, porque su valor como camino a la creación de pronto se ha perdido.

No podemos esperar nada de una sociedad donde es reconocido, homenajeado el trabajo para destruir la palabra, y si no asómese a las transmisiones de televisión de la noche, a los concursos en que de origen se festeja la estupidez.

Resulta imposible aceptar que de pronto, como destaca Sicilia, confundamos el silencio con la mudez. El silencio no es igual que la mudez, esta última provocada por el terror del que secuestrado balbucea con la boca amarrada. El silencio es un espacio del lenguaje al que sigue el sonido. 

Hoy como nunca asumamos la responsabilidad de recuperar el lenguaje, de volver a comprender que la palabra crea, da vida; y lo contrario, su corrupción deriva en muerte, en el infierno que hoy mismo vivimos.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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