Reconocer la ausencia, reparar el daño

TIEMPO ESENCIAL (II)

    Frente a todos estos desarrollos del pensamiento mundial, latinoamericano y nacional, la casa hidalguense ha permanecido con la luz apagada; como si  a los veinte mil y pico kilómetros que conforman su territorio, los rodeara una muralla virtual, montada para no contaminar a sus habitantes con las ideas que estremecen el mundo; limitándose a tomar contacto con ellas sólo como un contenido ilustrativo necesario para la educación de las nuevas generaciones a fin de cubrir los requerimientos formales de los sistemas educativos, especialmente en la educación media y superior, pero no como campo específico de estudio  necesario para el análisis crítico de la ciencia, el arte, la cultura y la realidad social y existencial, alejándola  de la formación integral de las nuevas generaciones y marginándola de comunicación y diálogo públicos.

   La primera entrega de Tiempo Esencial intentó dar una respuesta a la pregunta sobre la posible existencia  de una filosofía hidalguense. Nuestra respuesta quedó inconclusa, porque una respuesta satisfactoria sólo es posible si quienes ya filosofan o intentan hacerlo, hacen escuchar su voces y comunican a la sociedad los resultados de sus reflexiones; porque si bien el ejercicio filosófico reclama momentos de  soledad, su poder transformador sólo  alcanza su plenitud al  compartir sus dudas, certezas, desazones o gozos intelectuales con otros buscadores; acción sin la que la filosofía se reduce a solitaria entelequia; satisfactoria personalmente, pero infecunda socialmente.
    Para atenuar nuestra falta de responsabilidad en esta situación, los hidalguenses podríamos justificarnos ante propios y extraños buscando las causas por las que la filosofía se encuentra ausente de nuestra vida común.  En el pasado, se llegó a esgrimir como explicación  del surgimiento de la filosofía en Grecia a la geografía o el clima de la región mediterránea; así como el carácter extrovertido de los pueblos que la habitaban. Sin embargo tales justificaciones no resultaban suficientes para explicar que naciones mediterráneas como España o Portugal fueron tan remisas en desarrollar un pensamiento filosófico sólido, a pesar de ser culturas tan similares a otras de gran potencia filosófica.  
    Basándose  en un determinismo similar, aunque de carácter lingüístico, Martin Heidegger llegó a conclusiones radicalmente diferentes, considerando que las regiones del sur de Europa carecían de las capacidades y aptitudes necesarias para filosofar, por falta de un lenguaje apropiado para pensar filosóficamente, con la excepción de la lengua griega, lo que permitió a los pueblos helénicos desarrollar el pensamiento crítico; que históricamente solo sería recuperada por la cultura germana, cuyas características lingüísticas permitían a sus hablantes considerarse, con razón, como los herederos privilegiados  de la capacidad filosófica de los antiguos griegos. Heidegger llegó a decir que solo se podía filosofar seriamente en alemán, y no solo él y algunos alemanes se lo creyeron, sino muchos iberoamericanos deseosos de filosofar al mismo nivel que aquellos; llevando a sus naciones no solo las teorías filosóficas alemanas sino también su lenguaje, profundo pero oscuro y en estricto sentido, intraducible a ningún idioma.
    No han faltado nunca entre nosotros quienes consideren que las propias características raciales o culturales y hasta la propia lengua común de los pueblos iberoamericanos son un obstáculo para el pensar filosófico. Filósofos de la talla de José Ortega y Gasset, opinaban a principios del siglo XX, que el entorno cultural y la falta de carácter del español para la especulación téorica constituían las causas más importantes para explicar la falta de una filosofía española digna de tenerse en cuenta en el contexto universal; de ahí que el filósofo produce, como cualquier otro ser humano; lo que sus propias circunstancias le permiten crear. Ortega dejó sin embargo una puerta abierta a la capacidad individual al agregar que, si bien cada uno somos lo que las circunstancias nos permiten, contamos además con una potencialidad personal cuyos azarosos derroteros le permiten traspasar los límites a los que nos condena nuestra pertenencia a un territorio, un tiempo o una cultura en los que hemos sido formados e integrados a la vida común.  
         No han sido menos influyentes las descalificaciones de la capacidad intelectual de los pueblos y culturas dominados por las naciones occidentales para explicar el atraso en su desarrollo científico, artístico o filosófico respecto al progreso de las metrópolis. Durante el dominio colonial y mucho tiempo después, la filosofía mexicana y la de otras partes de Latinoamérica estuvo marcada por su dependencia de la de sus colonizadores. No fue sino hasta el siglo pasado, cuando surgieron los primeros intentos para construir una filosofía “propia”, a partir de las condiciones de existencia y la autoconciencia de las condiciones materiales y espirituales de sus propias sociedades. La corriente de mayor impacto en ese intento, surgida en el último tercio  del siglo XX fue la “filosofía latinoamericana de la liberación” , que  concitó un gran interés no solo en diversos círculos académicos, sino en amplios sectores populares debido a su gran capacidad interpretativa del pensamiento latinoamericano, y como elemento ideológico de las luchas históricas de los sectores sociales más ignorados y explotados del continente.  
    Sin embargo, la imposibilidad de separar la reflexión de ésta corriente filosófica  de la dinámica generada por los movimientos sociales, provocó que, tras el declive de las luchas anticolonialistas provocado originado por el triunfo de la economía de mercado y los procesos de democratización liberal en la región; hizo que la  filosofía de la liberación  sufriera una cambio orientándose  hacia la construcción de un nuevo discurso capaz de integrar a las suyas elementos importantes de las teorías filosóficas, políticas liberales tomando distancia de  la dialéctica revolucionaria, y poniendo en el centro de sus reflexiones las condiciones adversas y las nuevas formas de sometimiento de la sociedad globalizada y sus efectos sobre las minorías marginadas, así como la destrucción del ecosistema plantario.
    Frente a todos estos desarrollos del pensamiento mundial, latinoamericano y nacional, la casa hidalguense ha permanecido con la luz apagada; como si  a los veinte mil y pico kilómetros que conforman su territorio, los rodeara una muralla virtual, montada para no contaminar a sus habitantes con las ideas que estremecen el mundo; limitándose a tomar contacto con ellas sólo como un contenido ilustrativo necesario para la educación de las nuevas generaciones a fin de cubrir los requerimientos formales de los sistemas educativos, especialmente en la educación media y superior, pero no como campo específico de estudio  necesario para el análisis crítico de la ciencia, el arte, la cultura y la realidad social y existencial, alejándola  de la formación integral de las nuevas generaciones y marginándola de comunicación y diálogo públicos.
Reconocer  nuestra indolencia para tomar en serio la ausencia de la filosofía entre nosotros, es el primer paso para reconocer que esa falta  ha provocado un estado de parálisis intelectual, que ha permitido la naturalización de discursos dogmáticos e ideológicos sedimentados a lo largo de los años en nuestro imaginario colectivo, hasta convertirse en estructuras de sentido y significado del mundo y de la vida tan petrificadas, que hemos terminado por considerarlas parte del paisaje hidalguense, al grado de ignorar sus efectos sobre nuestros pensamientos, valores y conductas cotidianas.   
Ojalá que las reflexiones anteriores puedan contribuir a vislumbrar las causas por las que hemos sido poco dados al pensar filosófico y menos aún ejercerlo públicamente. Los hidalguenses no carecemos de capacidades para la práctica filosófica y es seguro que entre nosotros hay quienes pueden orientarnos hacia su conocimiento impulsando diálogos que nos obliguen a reconocer nuestras potencialidades y productividad en las reflexiones éticas, epistemológicas, estéticas, metafísicas o políticas, en un marco de tolerancia y respeto lo que, lejos de perjudicarla, terminaría por enriquecer la vida intelectual y de la convivencia social de nuestra sociedad.  
Es por ese camino  donde podríamos encontrar la respuesta a la importante  pregunta inicialmente planteada (¿existe una filosofía hidalguense?),  reconociendo su falta  como un vacío que debe ser llenado por una perceptible, necesaria, pertinente  y exigente acción que la repare, entendiéndola como una relevante y determinante ausencia en nuestras vidas personales y nuestras relaciones sociales; es decir, como una falta grave a la razón, a la libertad, a la vida del espíritu y al bien personal y social; en fin,  una grave violación al  derecho humano de todos los hidalguenses a contar con ella, practicarla y hacerla parte de su vida; condición que exige un reparo inmediato. Sólo cayendo en la cuenta del tamaño de tal falta podrá surgir la respuesta colectiva que haga presente a la filosofía entre nosotros.

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