El problema religioso ahonda diferencias
- La gran mayoría de los «sin papeles» son de religión islámica, pero no son islamistas, como insinúa el populismo europeo
Los grandes de la Europa occidental esgrimen razones no menos poderosas para acogerles; la canciller Merkel advierte de que en esta crisis migratoria, la mayor desde la Segunda Guerra, «Europa debe mostrar sus valores», en particular su concepción de la dignidad humana.
El debate político entre líderes europeos recuerda por momentos al diálogo de sordos. Los países de Centroeuropa no quieren aceptar las nuevas oleadas de inmigrantes e invocan «sólidos argumentos morales»; la estabilidad de sus sociedades peligra, dicen, con las avalanchas de seres humanos que llegan desesperados a sus fronteras.
De entrada, como recuerda la analista checa Silja Schultheis, existe en las sociedades que están recibiendo el primer impacto un serio prejuicio casi existencial. «El 90 por ciento de los checos respalda la deportación automática de refugiados porque el 99 por ciento de ellos no han visto en su vida a un refugiado».
Lo que sigue a esta realidad es aplicable a los cuatro países del Grupo de Visegrado, los más renuentes de la Unión Europea a las cuotas de inmigrantes: Hungría, la República Checa, Eslovaquia y Polonia. Sus dirigentes políticos juegan con una confusión conceptual extendida en el pueblo. No se hace distinción entre el refugiado político que huye de la guerra en Siria o en Irak, y el que cruza en balsa el Mediterráneo empujado por el hambre. Negar asilo al primero no solo es indigno de un gobierno europeo sino también una contravención de las leyes internacionales. Lo inteligente, por tanto, es no hacer matices entre refugiado e inmigrante para cerrarse en banda.