Rafael se fue a la mar; la homosexualidad, ayer y siempre

DE CUERPO ENTERO
    Cuando pasan los años, siempre tenemos la idea que el tiempo nos hará más serenos para entender que los seres vivos somos diferentes, soñamos que seremos capaces de aceptar que justamente la riqueza de estar vivos nos dará la virtud de aceptar que el mundo fue diseñado para todos, y que la homosexualidad es solo eso, una preferencia minoritaria en eso de amar y ser amados.

Cuando descubrió que la luz amenazaba con meterse por la ventana, hizo a un lado la cortina para sentir un chisporroteo de luz que inundó sus ojos. Rafael no quería desaprovechar un solo instante, deseaba sentir en su rostro la brisa de la playa, el aire de las frescas mañanas de Veracruz.
    Pasada la media noche abordó el autobús en la  central camionera. Ya tenía más de dos semanas que las fiebres se habían ido, y para sorpresa de sus amigos el ánimo había vuelto a sus ojos, comía mejor, y había decidido volver a su tierra, a su puerto, a su gente.
    Rafael tenía solo 17 años cuando emigró a la gran capital, su situación en el muchas veces heroico puerto de Veracruz era fácil y cómoda, aun no terminaba la prepa y su futuro escolar pero sobre todo social, se imponía como muy seguro. Sus padres pertenecían a lo más granado del Estado, y como sucede en esos rincones de Dios, las bodas se iban tejiendo desde las perspectivas de las madres y la aceptación de los venerados padres. Es cierto, ya vivimos el siglo XXI, pero en muchos rincones de nuestra provincia sigue siendo prioridad de los padres velar por el futuro de los vástagos.
    Rafael siempre rechazó esa actitud manipuladora de sus padres, se distinguió por ser el hijo problema, el alumno indisciplinado, y obviamente el partido poco apetecible por las buenas conciencias del puerto.
    Hoy Rafa está cumpliendo 33 años, la misma edad que escogió Jesús para morir.
    Después de hacer a un lado la cortina de la ventana del autobús, se decide a llenar sus ojos de todas las calles que van pasando, ¡cómo ha cambiado todo! Son tan solo 16 años de su ausencia y ve el puerto transformado, nuevas y grandes avenidas, más limpieza. De repente, al girar el carro su cara choca con el mar de sus recuerdos, con el agua sin límites, y que ahora precisa como si hubiera sido ayer, las muchas mañanas que solía imaginarse metido en la orilla de la playa, que nadaba sin parara hasta encontrar nuevas tierras, nuevas gentes, nuevos mares. El ruido suntuoso del mar se hizo presente, y como no queriendo olvidar una sola nota, cerró los ojos y soñó como un suave aguijón ese calorcito del mar tropical.
    Rafael está nuevamente en el puerto, en su puerto, en esas calles con olor a humedad, en esas playas que nunca se cansan de las aguas que van y vienen, en esas costas de cientos, miles de vendedores que de tanto andar por la playa han hecho caminos que solo ellos conocen.
    En realidad desde que marchó a la capital nunca había deseado volver a su Veracruz, el rencor se había plasmado en el mero tuétano de sus huesos.
    Los primeros años lejos de su casa, de las comodidades y en general del bienestar, le hicieron titubear y fueron muchas mañanas que con la mochila al hombro, llegó a la misma terminal de los carros, pero siempre ese infame orgullo lo hacía regresar a lo oscuro de una vecindad de la colonia Doctores, cerca del hospital General en pleno centro de la ciudad de México. Las pocas veces que se ponía en contacto con su familia lo hacía a través de su abuelo, un jarocho viejo atiborrado de recuerdos que a veces no lo dejaban ver el presente, la realidad, pero que en el fondo deseaba entender a Rafa. Solía decirle: “yo no entiendo nada, pero sé que te quiero mucho, finalmente eres mi nieto”.
    Si en el momento actual hablar acerca de la homosexualidad crispa los pelos a todo el mundo, hace 16 años encendía los caminos de las culpas, ¿de donde?, ¿por qué a mi?, etcétera. Cuando Rafael le dijo a su madre que estaba seguro que él era homosexual, lo primero que le dijo fue que lo llevaría con un sacerdote o con un psiquiatra, el dolor en el rostro bello de su madre le reveló con toda precisión que nunca estaría preparada para entenderlo, y mucho menos su padre, un jarocho machista y de abolengo.
    Y como en general su perfil no encajaba en el mundo social de sus progenitores, un día decidió abandonar el puerto, en la búsqueda de un mundo donde fuera aceptado; su padre lo condenó al olvido aduciendo que el tiempo le quitaría ese vicio cochino de los maricones.
    No fue difícil encontrar el mundo que estaba buscando, lo complicado fue la forma de subsistir en una ciudad llena de luces falsas, de caminos con obstáculos, descubriendo que no se trataba de la ciudad, sino de ese mundo difícil de la aceptación.
    A su manera su madre le hacía llegar dinero para su vida, a su estilo le escribía cartas llenas de amor; y con el miedo a su venerado esposo, en dos ocasiones acudió a la ciudad de México para abrazar a su hijo.
    La primera cuando estuvo internado más de cuatro semanas en el hospital general, y le dijeron que su hijo Rafael era VIH positivo. Ella imaginó que se trataba de un tipo especial de sangre, o de una viruela rara que daba en la ciudad de México, y cuando insistió en llevarlo con ella al puerto, Rafael solo le dijo: “ahora menos que nunca.”
    La señora de la costa regresó a su casa y cuando se animaba después de pensarlo mucho le recriminaba a su esposo, para encontrar la respuesta de siempre: “para mi es como si hubiera muerto”.
    Como acostumbraba desde que era niño, se quitó los zapatos y sin más se acercó a la orilla de una playa tranquila, se pensaría como si lo estuviera esperando. La tibieza del agua le hizo sentirse bien, sus ojos se llenaron de mar, y muy lentamente empezó a caminar bordeando la playa de Mocambo.
    Rafael está en paz, sus ojos se han cansado de llorar y ahora algunas lágrimas han caído en esta agua salada de Veracruz. Está feliz, dichoso. Rafa camina muy lentamente, y con ese pensamiento que puede invadir todo lo que quiere, acerca su corazón a su pareja que solo un mes antes se marchó para siempre.
    Cuando llegó al DF, el mundo de las luces, de las candilejas, le hicieron sentir que la farándula era su camino, su destino; pronto intimó con mucha gente que al verlo de tan solo 17 años, algunos creyeron que podrían diseñar un artista futurista, pero otros lo atraparon en ese juego de la vida que lastima, que daña, que destruye. Se involucró en la drogas, y sin más se aventuró en las relaciones amorosas sin protección, y los más grave sin amor.
    Rafael es homosexual, su salida de un puerto seguro, de una forma de vida solvente, fue en esa búsqueda de un mundo soñado, de una vivencia tolerante y de un oasis que ahora, mientras sigue sintiendo lo tibio de las pequeñas olas que chocan en sus pies, sabe que no existe en ninguna parte.
    Su pareja se ha marchado, los dos supieron desde aquellas noches de fiebres sin respiro que Rolando tenía SIDA, evitaron decirlo por su nombre, y solo cuando el problema respiratorio le hacía casi expulsar los pulmones con la tos, ambos decidieron que era tiempo de enfrentar la muerte.
    En realidad la muerte de Rolando fue rápida, y cuando con el dolor de su partida tuvo que enterrarlo solo, decidió que pronto lo alcanzaría en ese lugar que dicen se encuentra cruzando el mar.
    Los padres de Rafa supieron de su regreso hasta que les entregaron el cuerpo, supieron de sus dolores hasta que encontraron una vieja maleta en las playas de Mocambo, donde en su interior había una larga carta para su padre.
    Don Rafa, el viejo jarocho de abolengo, lee una carta que le hace sacudirse de pies a cabeza, y parado justo frente a la playa, deja perder su vista en ese mar infinito que su hijo, una mañana de julio, justo cuando cumplió 33 años decidió caminar, alejándose de las playas rumbo al mar.
    Rafael no sintió la muerte, sufrió mucho cuando recordó a su padre, cuando el agua le llegó a la cabeza, sus pensamientos últimos fueron para él, ese jarocho de abolengo que hoy mismo, frente a la playa, lee con un dolor tan intenso que piensa que no va a soportar.
    “Padre: seguramente esta no es la forma más habitual de una despedida, pero nunca encontré un camino seguro para hablarte, siempre me di cuenta que mis acciones te lastimaban, que no llenaba la imagen que seguramente tú esperabas. Ahora me acuerdo con gran alegría que tú me enseñaste a nadar en el mar, que tú me dijiste muchas veces que cruzando a lo lejos se encontraban tierras prósperas y de paz; y de verdad que todo esto hace sentir a mi corazón lleno de felicidad. Padre, no te sientas mal, nadie tiene la culpa, es muy difícil entender cosas que al final de mi vida ni yo mismo logro comprender. Te encargo que cada vez que camines por las playas de Mocambo te acuerdes que estoy nadando buscando un mundo nuevo, y que desde allí rezaré por ti”.
    En la misma mañana que Rafa llegó al puerto decidió emprender el camino que ya había planeado; así, con esa ensoñación de una mañana de verano, se hizo a la mar, caminó, y suavemente se dejó llevar por las olas, logrando ver después de unos momentos una playa lejana con un brillo incandescente, tan fuerte que le lastimó los ojos. Sus últimas lágrimas fueron para su padre, ese viejo jarocho de los mares, que se siente partido en dos.
    Los años han pasado y hoy mismo, en el mismo puerto, en la misma ciudad, ese mismo hombre, más viejo, más cansado, lucha con un grupo de jóvenes por el respeto a la diferencia, por la tolerancia, por la inclusión, por la información completa.
    Esto le hace llorar menos, cuando todas las mañanas camina por esa playa, mirando lo infinito de las aguas.
    Cuando pasan los años, siempre tenemos la idea que el tiempo nos hará más serenos para entender que los seres vivos somos diferentes, soñamos que seremos capaces de aceptar que justamente la riqueza de estar vivos nos dará la virtud de aceptar que el mundo fue diseñado para todos, y que la homosexualidad es solo eso, una preferencia minoritaria en eso de amar y ser amados.
    Rafael se fue, y hoy cuando vemos a lo lejos del tiempo, sabemos que existen muchos hombres y mujeres que están planeando una caminata por los mares de Veracruz, buscando en el interior de sus corazones una nueva playa donde sean aceptados y amados.
    Cuando veas a alguien caminando con pasos inseguros por las playas de la intolerancia, debes saber que posiblemente están esperando tu mano, tu comprensión y tu cariño.

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