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Familia política
“Corresponde al Estado la rectoría de la educación impartida por éste, además de obligatoria, será universal, inclusiva, gratuita y laica”. Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos
“Chairos vs Fifís”, “Conservadores vs Cuatroteístas”, “Neoliberales vs Socialistas”, “Ricos vs Pobres”, “Satisfechos vs Aspiracionistas”… Estas aseveraciones son ejes de múltiples variantes para aterrizar en una misma conceptualización, muy parecida a la que utilizan los manuales marxistas para inculcar la lucha de clases como vía para llegar al socialismo, de acuerdo con los modelos, arquetipos y estereotipos que, en este sentido, marca la ortodoxia.
Es lógico que cada gran movimiento social, cultural, económico… que la humanidad o alguna de sus partes registra a lo largo de su historia, está precedido por ideas de cambio, de transformación, generalmente determinadas por el agotamiento de un modelo que alguna vez surgió como novedad y que después de una serie de transformaciones internas, tuvo que enfrentarse al gran cambio que la mayoría de la población exigía, al sentir que sus expectativas y aspiraciones ya no tenían factibilidad, si confiaba su destino en dirigentes e instituciones que, a juicio de activistas sociales, habían extraviado la razón de ser de su existencia.
La mayor parte de los grandes cambios revolucionarios inician con pequeños brotes de inconformidad, que crecen, crecen y crecen como bolas de nieve hasta que, por su propia inercia, ya no pueden detenerse, entonces arrollan todo cuanto está a su paso, hasta desplazar al “Ancien Régime” para ocupar un día su lugar, con todos los privilegios y los riesgos que el poder trae consigo. Algunos nuevos regímenes se implantan y duran mucho tiempo, otros son tan efímeros como lo sean su sociedad, sus hombres y sus circunstancias.
Un sistema económico, político y social puede cambiarse (sigo a Maquiavelo) de dos maneras: por la fuerza o por el triunfo de la democracia. A pesar de la cantidad de siglos que pasan y se van, lo esencial en esta dicotomía permanece. En ambos casos, lo importante sí es llegar, pero más aún, quedarse, permanecer… Sin duda, para sostenerse tiene que marcar un camino planificado; estudiar objetivamente las preguntas ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
Para conocer y en su caso, responder a la primera, hay que recurrir a la historia; para abordar la segunda, se tienen que elegir el destino y el camino. El destino normalmente se define por principios y valores; para alcanzarlo, hay que elegir un camino que, en democracia, necesariamente pasa por la educación.
Cuando se pretende iniciar un cambio revolucionario sin un método (Gr. metá: más allá. Odos: camino) adecuado de planeación, los dirigentes se encontrarán con una serie de obstáculos que los obligan a optar por cualquiera de dos nuevas sendas: combatir la democracia con más democracia, o aplicar un régimen de mano dura que engrandezca la figura del caudillo, al mismo tiempo que masifica a una población que, a veces, olvida sus aspiraciones de libertad y de una vida mejor, para sujetarse a los dictados de su “libertador”.
La Constitución General de la República, aún vigente, faculta al titular del Poder Ejecutivo para crear y fortalecer instituciones educativas y formar al tipo de mexicano que la circunstancia exige. Cualquier sistema de gobierno, para prevalecer, busca la unidad en la realidad o en el discurso. En la actualidad es necesario reconocer que nuestra sociedad está llena de clases (sociales, económicas, culturales, religiosas…) y que no se ha definido un modelo, un arquetipo de ciudadano que represente nuestra consciencia colectiva. De acuerdo con la propia Ley fundamental, el Presidente de la República tiene la facultad para utilizar principalmente a las escuelas normales y a los libros de texto gratuitos, como auxiliares en el logro de esa unidad. Ahí comienzan las dificultades; existen múltiples tipos de instituciones dedicadas a la educación normal: normales rurales, Centros Regionales de Educación Normal (urbanas), estatales, particulares… además de la Universidad Pedagógica y las diferentes escuelas con egresados a nivel de licenciatura que, o estudiaron algo de pedagogía en su propia institución, o ejercen sin especialización docente de ninguna especie. Esto trae como consecuencia que la gama ideológica que manejan los profesores, fundamentalmente a nivel medio, medio superior y superior, sea exageradamente amplia: me atrevo a decir que cada profesor es en sí mismo un grupo político y aún tiene divisiones internas.
Las proverbiales insuficiencias económicas del magisterio fortalecen a sus sindicatos, como entes que justifican su existencia al autoerigirse adalides de las luchas salariales, profesionales, ideológicas y hasta partidistas de sus representados.
En estas circunstancias, con un país en pleno desbarajuste educativo, poco ayuda a la unidad, por ejemplo, el rechazo a los libros de texto gratuitos, que han pasado de instrumentos de homogeneización, a factores de discordia… ¿A dónde vamos en materia educativa? Los intereses nacionales y de grupo difieren y aún chocan: los profesores libres, los sindicalistas, los padres de familia liberales, los padres de familia conservadores, la iglesia católica, apostólica y romana; las iglesias cristianas protestantes; otras religiones… no están siempre de acuerdo en los contenidos de los mencionados libros.
Las pugnas sectoriales hacen que los gremios se dividan; los profesores aprovechan para buscar su asueto; los contenidos de los libros de texto solamente convencen a quienes tienen coincidencia de intereses y finalmente, en materia educativa, sólo nos queda recurrir a la expresión latina: ¿Quo Vadis México?