RELATOS DE VIDA

De colores, de texturas, de modelos, incluso hasta de sabores, chiquitos, grandotes, casi invisibles, en ocasiones los usas y en otras mejor no, te los quitas y te los pones, o te los quitan y ya no te los ponen.
Su forma cambia con la edad, primero de algodón y con holanes, o simplemente con estampado de corazones, dibujos animados, héroes o heroínas; después disminuye el tamaño y el material, la lycra hace su aparición.
Después son más chiquitos, las figuras desaparecen y la variedad de colores surge, habitualmente, afines al estado de ánimo; el encaje es una opción más cercana y en conjunto proyecta una versión más sensual; y en años más casi desaparecen pero siguen presentes.
Unas décadas más adelante, entre más grandes mejor, por la ropa, por el frío, por comodidad o por abstinencia.
El uso también es variable, principalmente por higiene, le sigue la protección, para que simule que no usas o por coquetería; diariamente lo traes, y muchas otras prefieres no hacerlo; en repetidas ocasiones te lo quitas, pero indudablemente prefieres que te lo quiten.
Así es el calzón, un ente con diversidad de categorías, con infinidad de situaciones y con variedad de historias, que se vuelve  tu compañero de vida, consejero y amigo inseparable, que se distancia por un corto tiempo y se vuelven a juntar, es un quita – pon, pero se constituyen como la mejor pareja “nalga – calzón”.