CINE DE SIEMPRE
Se acaba de cumplir el centenario del nacimiento de Anthony Quinn, uno de los actores más versátiles de Hollywood, a quien la Cineteca Nacional rinde homenaje con la exhibición de ocho de sus clásicos entre los que destaca La calle de Federico Fellini.
Nacido en Chihuahua, de padre irlandés y madre mexicana desempeña diversos oficios que van de chofer a boxeador, antes de intentar entrar a una escuela de actuación, donde es rechazado por su mala dicción.
Sin embargo su tesón lo lleva a Hollywood donde debuta en 1936 en el papel de indio en La jornada trágica de Cecil B. De Mile.
Se tiene que conformar con papeles de este tipo o de villano, hasta que comienza a participar en filmes bélicos como Guadalcanal de Lewis Seiler y Regreso a Bataan de Edward Dmytryk.
Pero su reconocimiento internacional no ocurrirá sino hasta la década de los cincuenta cuando obtiene sendos óscares como un revolucionario mexicano en ¡Viva Zapata! de Elia Kazan o Sed de vivir de Vicente Minelli donde interpreta a Paul Gauguin.
Es entonces cuando hace su único intento como director con El bucanero en 1958, una de sus primeras cintas como actor 20 años antes.
Participa en grandes producciones como Los cañones de Navarone de Jack Lee Thompson. Es el bíblico Barrabás, o un caudillo en Lawrence de Arabia de David Lean, antes de convertirse en el célebre Zorba el griego de Michael Cacoyanis.
Es incluso un Papa muy convincente en Las sandalias del pescador de Michael Anderson o un millonario griego en El magnate griego.
En México se le recuerda como patriarca en Los hijos de Sánchez de Hal Bartlett.
Se trata pues de un homenaje muy merecido a uno de los grandes actores de todos los tiempos.