QUIÉN ES QUIÉN, EN POLÍTICA?

QUIÉN ES QUIÉN, EN POLÍTICA?

En los anales políticos de los Estados Unidos de América, se inscribió una fecha de manera indeleble. Por primera vez en la historia del país, se utilizaba la televisión para difundir un debate que cambió el curso de los acontecimientos. En un foro montado en la ciudad de Chicago, Illinois, se confrontaron en fuerte debate los candidatos Republicano y Demócrata a la Presidencia de la República: Richard M. Nixon -vs- John F. Kennedy. El primero era un experimentado político que miraba con cierto desprecio a su adversario; por eso se presentó ante las cámaras sin afeitarse durante dos días; vestía un traje gris (la pantalla era en blanco y negro) y su reciente convalecencia, le daba una apariencia de cansancio y prematura vejez; a ello contribuyó el hecho de que no admitió que se le maquillara; Kennedy, en cambio, fue meticuloso en su aspecto: de impecable y fino traje negro, discreto maquillaje y un oportuno bronceado, producto de su preparación para el evento. El resultado es fácilmente predecible: el joven aspirante, sin grandes dotes oratorias, pero con disciplina al estudiar sus intervenciones; con su pura figura fresca y vigorosa, derrotó a su oponente antes del encuentro definitivo. Millones de televidentes estuvieron de acuerdo en quién había sido el triunfador; incluyendo a Nixon, quien asimiló su derrota. Curiosamente, las personas que siguieron el acontecimiento por transmisión radiofónica, siempre creyeron que el ganador había sido el experimentado político republicano.

En el teatro de la política, las máscaras llegan a fundirse con los rostros; las pieles de utilería suelen sustituir a las verdaderas; y un día, hasta los propios actores llegan a confundir su personalidad con la del personaje que les toca interpretar. Uno de mis entes teatrales preferidos es “El Gesticulador” de Rodolfo Usigli; su leitmotif es un profesor universitario que se ve obligado por las circunstancias, a suplantar a un joven caudillo de la Revolución, misteriosamente desaparecido varios años antes. Era tal la atracción que el mítico personaje ejercía sobre su suplantador, que ambos conformaron una sola personalidad, la cual terminó trágicamente.

En 1929, el Partido Revolucionario Institucional se alió con los grupos más progresistas de la Revolución Mexicana, para superar la etapa del caudillismo y la inestabilidad que cíclicamente sufría el país. Sin duda, su consolidación, que tan larga vida le trajo, se debió a dos aspectos fundamentales: el aspiracionismo político, factible de realización, y la disciplina en espera de nuevas oportunidades.

Las ambiciones, fundadas o no, cuando rebasan pautas de resistencia, propician la migración (a veces con hartazgo, otras con franca ingratitud) hacia nuevas opciones partidistas. Es evidente, en este escenario, que lo que menos cuenta es la lealtad a la propia historia y mucho menos la congruencia y respeto a una ideología, cualquiera que esta sea. Quede claro: una cosa es la salida resentida, y otra, la civilizada construcción de alianzas entre colores diferentes con objetivos comunes.

En el panorama nacional, aún entre personas que se consideraron en un tiempo amigos inseparables y hasta cómplices, se dan rupturas, alejamientos y aun rivalidades, por no coincidir con la candidatura de algún dirigente político de alto, mediano o bajo rango; por eso, cuando se deja de ver un tiempo a quien se ha considerado cercano vínculo de recíproca amistad, antes de hablar de política, hay qué preguntarle ¿sigues en el Partido? La respuesta puede ser una entusiasta afirmación, una timorata negación o una sonora mentada de madre.

Quien se va de su Partido, generalmente lo hace llevándose un cúmulo de experiencias; bienes morales y materiales; relaciones con personajes públicos que integran un capital político, siempre digno de agradecer, además de la irracional carga de odios y resentimientos; aunque para los mercaderes de la política, su lealtad está en dónde están sus intereses; en donde existe la posibilidad de hacer negocios.

Confieso que tengo respeto por la gente de izquierda, o de derecha, cuando no navega con bandera ajena; cuando tiene autoridad moral para decir: ¡Yo soy yo!

Considero una falacia el argumento que, lo que importa es el candidato (a) no el Partido. Evidentemente, una planta de chayotes nunca dará manzanas; prefiero a alguien que se equivoque por ser leal a sus principios, que a aquél que invoca la verdad para justificar sus veleidades. Es triste observar a individuos que al Partido deben su fortuna y su personalidad y se convierten en renegados que enarbolan banderas opuestas a su propia idiosincrasia partidista e ideológica.

Los debates que seguramente se verán durante el curso de la campaña, ayudarán a la ciudadanía que no tenga el síndrome de Gabino Barrera, a decidir quién es quién, no sólo en la presencia y en la forma (que ambas son importantes), sino en su plataforma ideológica y programática. Un debate no sólo es argumento; es congruencia, es biografía, es autenticidad… los más altos valores de gratitud y lealtad.

Ojalá que la enajenación, el dogmatismo, el culto a la personalidad… dejen espacio al análisis sereno y objetivo para decidir ¿Quién merece nuestro voto? ¿Quién tiene la formación, la humildad, el conocimiento de las condiciones municipales, estatales, nacionales e internacionales, para gobernar a esta pequeña, pero entrañable Patria Chica?

Related posts