Llama la atención el perfil de los convocantes: la Escuela Libre de Derecho, la COPARMEX y el Gobierno del Estado de Hidalgo. La lista de participantes invitados estuvo llena de apellidos ilustres como Hill, Fernández de Cevallos, Díaz Mirón y otros de similar lustre. Todos ellos de larga trayectoria en asuntos relativos al combate a la corrupción, dentro de diferentes trincheras en los ámbitos gubernamental y empresarial.
Mención especial merece, a mi juicio (y no importa que algunos me consideren adulador interesado) el magnífico discurso del Gobernador Omar Fayad en la ceremonia de inauguración.
Por muchas horas, paneles y ponencias lograron captar el interés de los oyentes: funcionarios públicos en las, áreas de control, vigilancia, fiscalización, transparencia y acceso a la información pública de los tres poderes del Estado, organismos autónomos y empresarios en diversas ramas.
La percepción de México dentro de los alarmantes índices internacionales de corrupción, hace que el tema, lejos de ser una moda o un aspecto puramente ético, se erija como factor de gobernabilidad, preocupación prioritaria de los gobiernos democráticos.
¿Qué es la corrupción? Sería la pregunta inicial. La respuesta que más consenso logra es: “El aprovechamiento de una posición de PODER para satisfacer intereses personales, por encima de los generales”. Quede claro: este desvío no es exclusivo del poder gubernamental; también la iniciativa privada tiene su historia. En este esquema, los sujetos activos pueden ser los servidores públicos y los empresarios; el sujeto pasivo, siempre es el pueblo.
Se ha criticado mucho la definición de corrupción como un fenómeno cultural; considero que, en esencia, toca el meollo del asunto; procuraré explicarme: la cultura es una actividad humana que tiene como finalidad alcanzar valores en sus diferentes sectores: El arte busca la belleza, la ciencia, la verdad, el derecho, la justicia… La polaridad es cualidad esencial de las categorías axiológicas: todo valor se legitima en su contravalor. Así, la corrupción es negación; es contracultura. El gen de esta conducta, en ciertos personajes, se manifiesta desde las sociedades de alumnos; después, los liderazgos desviados suelen trascender al ámbito de los sindicatos, los partidos políticos, las organizaciones de la sociedad civil, las iglesias, las instituciones de seguridad, las empresas, el ejercicio libre de las profesiones y a prácticamente todos los ámbitos de una sociedad como la nuestra, la cual durante generaciones convive con esta lacra, al grado de considerarla natural y aún necesaria: “la corrupción (dijo alguien) es el lubricante del sistema”. Al respecto, la sabiduría popular es responsable de acuñar las más cínicas frases: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, “político pobre, pobre político”, “amistad que no se demuestra en la nómina, es demagogia”, “contra los ricos, hasta emparejarnos”, “lo malo de las mafias es estar fuera de ellas”… En conclusión, el servidor público o el empresario privado que se enriquecen, de manera indebida e impune, suscitan la admiración y la envidia de buena parte de la comunidad. El éxito con estas bases, es sinónimo de inteligencia, audacia y otras cualidades.
Últimamente se dice que la actividad electoral es madre de todas las corrupciones. Los partidos políticos son villanos por antonomasia. Los políticos profesionales que surgen de ellos para ocupar elevados cargos, reciben adulaciones en público y acervas censuras en privado. Determinados estratos aportan otros perfiles; cada día son más los empresarios que buscan cargos de elección popular o administrativos de alto nivel, la mayoría terminan con más pena que gloria. La sociedad civil apartidista parece garantizar la “pureza” de sus miembros: candidatos independientes, se limpian del fango militante, con solo renegar de su pasado. Por supuesto, difiero: juzgar al todo por algunas de sus partes es un sofisma. No todos los curas son pederastas, ni todos los católicos son corruptos, ni todos los que no actúan bajo algún color ideológico son blancas palomas. Algunos no han robado porque no ha tenido oportunidad de hacerlo; otros, como el cisne de Díaz Mirón, pueden cruzar muchas veces el pantano, sin manchar la blancura de su plumaje.
Complejo, sin duda, es el tema. La creación de organismos anticorrupción, la vigencia de nuevas leyes, la dotación de dientes para los tribunales, la habilitación de estrategias de prevención… son medidas que pueden funcionar en el corto plazo, pero no lograrán erradicar el problema; tampoco es solución la severidad de las penas, ésta no inhibe las conductas corruptas, mientras el fantasma de la impunidad las estimule.
Urge una reingeniería del sistema educativo. Mientras existan profesores que no saben “ler”, seres que, sin vocación, “estudian” para subsistir, en instituciones pro guerrilleras; mientras los programas educativos no incluyan la formación seria de valores; mientras las familias estén desintegradas, se glorifique a los “héroes” de narcocorridos y haya gobernadores de todos los partidos que hacen del dinero un fin en sí mismo y no un medio, poco se logrará.
Para tener la lengua larga, hay que tener la cola corta. La crítica es necesaria, pero no todo es pesimismo. Dentro y fuera de los partidos políticos hay mexicanos honestos. Si todos los corruptos fueran a la cárcel, sí habría quien cerrara la puerta. La educación es la vía. El tiempo puede ser aliado… o enemigo.
Diciembre, 2016.