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Queremos un México que ya no nos duela

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Queremos un México que ya no nos duela

Pido la palabra

Ya son muchas las señales que se están dando en estos tiempos turbulentos, señales que nos indican el grado de descontento por todas las barbaridades que por muchos años han estado cometiendo quienes deberían cuidar los intereses de las mayorías; el hilo se empieza a romper, delgado o no, pero se empieza a romper.

Seguramente comenzarán a rodar algunas cabezas para calmar las aguas; cabezas expiatorias para cubrir a las manos de la corrupción que por años es la que ha estado moviendo los hilos del averno; desviar la atención es la táctica que por años ha dado buenos resultados, pues para desactivar los malos ánimos nos pintamos solos.

Las desgracias siempre han sacado a flote toda la podredumbre de la ambición humana: rapiña, construcciones indebidamente autorizadas, edificios sin especificaciones apropiadas de acuerdo al suelo de la región en donde se presentan las conflagraciones, comerciar con despensas de apoyo de la ciudadanía, y más, mucho más, pues cada que existe algún infortunio de los hermanos mexicanos, alguien quiere sacar provecho, tanto económico como político.

Y siempre escuchamos los mismos compromisos: “se investigará”, “se llegará hasta las últimas consecuencias”, “se castigará a los culpables”. Solo los “abajeños” temblarán, pues se convierten en la válvula que siempre desinfla el globo, y al final, al igual que muchos mexicanos, infiero que los verdaderos responsables jamás serán castigados.

¿Y después del canto de las sirenas? Tenemos dos caminos, el primero de ellos, y eso téngalo por seguro, pasado el desastre muchos volveremos a nuestra usual indolencia; se apuesta a que el tiempo nos traiga el olvido y con ello le daremos el triunfo a las cortinas de humo.

Nuevamente volveremos a centrar nuestro pensamiento en el futbol; seguiremos emocionándonos con los finales que ya intuimos de las telenovelas y que no son otra cosa que terapia para nuestra obnubilación; las aguas del capital político se moverán hacia donde les produzca mejores dividendos. La inercia, la flojera, la costumbre a obedecer, el hecho de ser más cómodo obedecer que mandar, sustentan con peso el ejercicio del poder.

La segunda opción es no quitar el dedo del renglón y asumir nuestra responsabilidad dentro del contexto social; mexicanos con derechos reales, efectivos y por lo tanto con todo el poder para hacerlos valer con la Ley en la mano; exigiendo cuentas y no atole con el dedo; exigiendo resultados positivos y no pan y circo como lo que lamentablemente vemos en épocas turbulentas. No queremos cabezas expiatorias para calmar la amargura, queremos garantía de justicia para los miles de damnificados en ese campo; queremos previsión y escrúpulo en el manejo de los presupuestos; queremos que las autoridades de los tres niveles asuman con calidad sus cargos; que en los Municipios los beneficiados con las obras sea el pueblo y no los parientes con la adjudicación de la obra pública.

Queremos un México que ya no nos duela por tanta desgraciada tranza de quienes ocasionalmente manejan los hilos de algún cargo político.

México es un caldo de cultivo latente, los políticos mismos están creando el germen que terminará por avasallarnos, y éstos, ciegos por la ambición y el poder, no se dan cuenta que empiezan a desmoronar el castillo que ellos mismos levantaron a base de promesas incumplidas; siguen embelesados por la alegoría platónica que les proporciona solo imágenes falsas de esa realidad que desconocen.

Los políticos mexicanos ya deberían ponerse las pilas, o mejor dicho, poner sus barbas a remojar; las tijeras de la democracia real les puede alcanzar; a nadie convence ya esa imagen de redentores del pueblo; pues el que llaman pueblo bueno se está convirtiendo en pueblo selector.

Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.