¿QUE SE PROPONEN CON EL TLC?

Conciencia Ciudadana

    •    El TLC permitió que, por ejemplo, Carlos Slim, un empresario de medio pelo fuera, tras beneficiarse con la adquisición de la empresa pública Teléfonos de México, llegara a ser el hombre más rico del mundo


Paradójica situación la del presidente mexicano frente a Trump: mientras que éste insiste en terminar con un tratado que le ha beneficiado más a su país que a México, Peña Nieto reitera su voluntad por permanecer en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, conocido como TLC en México y NAFTA en Estados Unidos Y Canadá.
Y es paradójico porque cada uno de ellos dice querer negociar un mejor tratado para sus ciudadanos; cuando en realidad tal acuerdo no estuvo diseñado para tal fin, sino para disponer de mayores mercados para que los grandes consorcios de la región obtuvieran mayores ganancias e impedir que las empresas europeas, chinas, del sur de Asia o cualquier otro bloque económico-político rebasaran la hegemonía norteamericana en el comercio mundial.
En consecuencia, las medidas fundamentales del TLC se orientaron a incrementar la productividad de los trabajadores de los tres países; explotar hasta donde fuera posible los recursos naturales de sus territorios y transformar la economía social en un de carácter privado, empresarial; bajo el axioma de que las empresas eran más productivas, eficaces y eficientes para generar empleos, utilidades y beneficio social que el ineficaz, ineficiente y corrupto gobierno.
Tras firmar los acuerdos, Canadá, México y Estados Unidos mostraron una sorprendente revitalización de los negocios trilaterales y, especialmente en México, un alud de inversiones extranjeras deseosas de hacer negocios gracias apoyadas por la decisión del gobierno mexicano en desprenderse de las empresas de la nación –hasta entonces la columna vertebral del desarrollo económico- a favor de la iniciativa privada nacional y extranjera.
El boom de las inversiones iniciales pareció corroborar, que el TLC había sido lo mejor que pudiera habernos pasado, lo que los gobiernos mexicanos –desde Salinas hasta Peña Nieto-, aprovecharon electoralmente para convencer a los votantes que bajo su guía el país progresaba, había empleos, las empresas extranjeras confiaban en la solidez económica y la tranquilidad social del país; y el progreso llegaba a todas las clases sociales.
Pero no todo lo que brilla es oro. Economistas serios alertaron una y otra vez que ese supuesto desarrollo lo único que hacía era convertir los bienes públicos en beneficios privados; y qué si había más empleo, era cada vez peor pagado que antes y que lejos de mejorar los servicios privatizándolos, se convertían en focos de corrupción por estar ligados a componendas entre el empresariado y las elites políticas.
Pero al otro lado de la frontera las cosas tampoco marcharon bien para los trabajadores, los pequeños empresarios y los servicios públicos; ya que los grandes consorcios norteamericanos prefirieron invertir en México al saber que los obreros de éste lado podían hacer el mismo trabajo que los norteamericanos cobrando en un día menos de lo que aquellos cobraban por una hora. Además, se encontraban controlados por sindicatos y autoridades laborales serviles a los empresarios, apoyando que el bienestar de los trabajadores y sus familias se sacrificara en aras  de mayores utilidades empresariales.
Durante los treinta años que funcionó así el TLC o NAFTA,  las elites de ambos países acumularon riquezas y poder como nunca antes en la historia de sus respectivos países; solo que los vaticinios de los pesimistas terminaron por hacerse realidad el año de 2009, con la peor crisis económica de los Estados Unidos desde la Gran Depresión de 1929; solo que, a diferencia de aquélla; las fuerzas económicas dominantes en Wall Street sortearon el problema trasladando mayores recursos públicos para salvar a las empresas privadas de la quiebra –siguiendo la receta del  FOBAPROA en México implementada durante el gobierno de Ernesto Zedillo – terminando, en los hechos, con el falso principio del “libre mercado” al permitir que las empresas y bancos quebrados  siguieran funcionando gracias a los subsidios de los gobiernos de Bush y Obama.
El fracaso de las políticas mencionadas fue una reacción iracunda por parte de los sectores sociales más afectados por esos gobiernos. En EU, el efecto inesperado fue el triunfo de TRUMP, quien prometió regresar a su país las inversiones que se fueron a México, sacar a los migrantes mexicanos y centroamericanos que les hacen competencia a los trabajadores blancos y aún a los de color al aceptar salarios de miseria y cerrar las fronteras con nuestro país mediante una muralla de 3000 kilómetros de longitud para impedir que más morenos sigan entrando a su país colapsando el mercado de trabajo y los buenos sueldos yanquis. En suma, Trump insiste en terminar con el libre comercio, aislarse y recoger sus inversiones en México.
De este lado de la frontera, los efectos son más dramáticos. En primer lugar, ha de hacerse notar que la actual clase política mexicana surgió, se consolidó y llegó a su máximo poder gracias al tratado de libre comercio (TLC).  El PRI y la alianza que hoy gobierna es fruto de los acuerdos que Carlos Salinas de Gortari llevó a cabo con la oposición política, especialmente con el PAN para permitir los cambios constitucionales necesarios para que el tratado pudiera convertirse en una política legítima. Al venderse o regalarse los principales recursos económicos del sector público, la alianza permitió también el surgimiento de una nueva clase empresarial aliada al gobierno priísta y luego panista. El TLC permitió que, por ejemplo, Carlos Slim, un empresario de medio pelo fuera, tras beneficiarse con la adquisición de la empresa pública Teléfonos de México, llegara a ser el hombre más rico del mundo.
Así pues, el anuncio de que el TLC concluye, hecho por Trump, significa en México que esa poderosa alianza nacional  a la que algunos llaman “la mafia del poder” nacida al amparo de dicho tratado, pueda estar viviendo sus últimos momentos, a menos que Trump se conduela  y compre la idea de que la caída de la mafia neoliberal mexicana nacida con el TLC  pudiera causar  la llegada al poder de un gobierno que aunque no sea por las mismas razones termine por coincidir con TRUMP en que el tratado de libre comercio debe desaparecer o modificarse en beneficio de las empobrecidas masas trabajadoras mexicanas.
Sin embargo, el presidente norteamericano desprecia a los políticos mexicanos tanto como odia a la aristocracia política de Washington a la que humilla y acusa como causa de los males que padecen los trabajadores norteamericanos.  
Antes que terminar con el TLC, lo que en verdad se está negociando entre los gobiernos de Canadá, EU y México es  la manera de salir de la quiebra provocada por el abuso de las elites económicas de EU y México sin provocar cambios de fondo, ya que es en nuestro país donde podrían generarse problemas mayúsculos en materia de gobernabilidad, y que en las próximas elecciones los votantes decidan por darse un giro a la política económica, echando abajo los grandes negocios a costa de su bienestar.  
 Dos países y un tratado; visiones distintas y realidades que nos unen irremisiblemente en suerte y destino.
Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS.
 

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