FAMILIA POLÍTICA
“Los pueblos que se niegan a aprender de
su historia, están condenados a repetirla”.
Santayana.
En un extraordinario artículo, Rafael Cardona cita, de memoria, una frase de Octavio Paz: “La historia de México está escrita la mitad con tinta negra y la otra mitad con tinta invisible”. Con la autoridad profesional que su biografía le otorga, ante el hecho grotesco de retirar las placas metálicas conmemorativas, después de medio siglo de permanecer en diferentes espacios de la Ciudad de México, sólo porque contienen el nombre de Gustavo Díaz Ordaz, en ese tiempo Presidente de la República. El periodista entrelaza magistralmente una serie de razonamientos críticos que comparto y a los cuales tengo la osadía de agregar mis modestas opiniones.
Es obvio que los autores de tan infantil decisión, no comprenden que lo escrito, escrito está, con la tinta negra de los pecadores irredentos; de los personajes satanizados por los siglos de los siglos o con la tinta invisible que oculta los defectos de los héroes de angelical presencia en los altares laicos. Retirar los metálicos recuerdos, no hará que desaparezca su contenido; sólo se refugiará en la memoria colectiva que está aquí, con nosotros, sin nosotros o en contra de nosotros.
Lejos estoy de defender la figura de Díaz Ordaz. Soy integrante generacional de aquella juventud acribillada. El dolor se acumula, pero el conocimiento maduro (¿o domesticado?) de las circunstancias en que se dieron los hechos, debe traer consigo la magia del perdón. Para que México no se encierre en una lucha de edades, debe abrirse en búsqueda de su destino con la participación solidaria de todos.
“Ser joven y no ser revolucionario, es una contradicción hasta biológica”, dijo el Presidente Socialista Chileno, Salvador Allende, quien arribó al poder por la fuerza de los votos y salió de él por la fuerza de las bayonetas. Afortunadamente, México es único e irrepetible; no es Chile ni Venezuela. El riesgo de ser un guerrillero ideológico juvenil, está en la incapacidad dogmática para transformarse sin traicionar la propia esencia. El socialismo trasnochado suele hacer más daño a los pueblos, que el capitalismo burgués.
Gobernar no es instalarse en el confort de una paz utópica. La naturaleza del Estado, dentro de los múltiples puntos de vista de los doctrinarios, conserva sus elementos básicos: población, territorio y poder soberano; este último radica normativamente en la Constitución, pero se manifiesta en la realidad por los poderes constituidos. El Ejecutivo tiene el monopolio de la violencia legal. El poder sin la fuerza es demagogia, entelequia sin fundamento; por eso son tan peligrosos los excesos ideológicos y/o verbales que pretenden reducir a las fuerzas armadas a una expresión puramente decorativa, bajo el argumento de que nunca más se dará, en la cuarta transformación del país, una represión en contra del pueblo; aún así, nada justifica que un grupo de vándalos, bajo la inmunidad de su “inquietud juvenil”, ataque los cuarteles; no hay que olvidar el postulado científico que dice: “A toda acción corresponde una reacción, en sentido contrario y (por lo menos) de la misma intensidad”.
Repito: No se puede impartir justicia en cualquiera de sus expresiones, si no se encuentra detrás del órgano impartidor, la certeza de que existe una instancia sancionadora, con la competencia y los medios para que las sentencias se cumplan. El mejor incentivo a la delincuencia, no es la ausencia de penas severas, sino el alto índice de impunidad.
Desde La República, de Platón, junto a los gobernantes: hombres de oro, filósofos… se encontraban los guardianes: Hombres de plata, encargados de proteger a la ciudad en contra de los enemigos externos e internos. Sí, es importante delimitar claramente los ámbitos para el ejercicio de la violencia legal: el primer límite es la Ley; el segundo es el respeto a los Derechos Humanos. En este esquema, es ilustrativo recordar que, de acuerdo con la Axiología, uno de los elementos fundamentales de todo valor es la Polaridad: dialéctica concepción de que, en esta materia, ninguna afirmación puede existir sin su propia negación; por ejemplo: no existe luz sin oscuridad; la verdad sin la mentira, carece de sentido, la justicia sin la injusticia no vale nada… Así, la libertad se consolida en la teoría y en la práctica, sólo ante la existencia de una autoridad que la limite.
Se oye bonito hablar de una Ejército de Paz, pero seguimos ignorando que este valor no puede definirse de manera negativa, simplemente como “ausencia de guerra”. Donde está una, explícita o implícitamente se encuentra la otra.
Afirma algún pensador que, a quien priva de la vida a un ser humano, se le dice asesino; en cambio, quien masacra a muchos, es un héroe. De acuerdo con la metáfora de Rafael Cardona, lo mismo permanece el olor a pólvora como rastro de los homicidas en el lugar de sus crímenes, que en los cañonazos triunfales que se disparan en su honor, ante la rigidez de su cuerpo sin vida, dentro de un féretro, por fino y caro que éste sea.
Así como en la actualidad hay historiadores que pretenden reivindicar a Don Agustín de Iturbide, a Maximiliano de Habsburgo, a Miramón o a Don Porfirio Díaz, con la intención de demeritar los perfiles de Hidalgo, Morelos, Juárez o Madero… tiempos vendrán en que la Historia coloque a Díaz Ordaz en el altar de los arcángeles que salvaron a México o en el más profundo averno en donde la venganza visceral pretende colocarlo, a cincuenta años de su “pecado”.
La función tiene que continuar… finalmente, medio siglo no es nada.