El pasado 10 de agosto, varios miembros de la delegación diplomática de EU en La Habana fueron objeto de un extraño «ataque acústico» que provocó daños graves de salud al menos a dos de ellos, que han tenido que regresar a territorio estadounidense para recibir tratamiento.
Un jeroglífico de casi imposible solución. Meses de investigación coordinada entre las inteligencias de EU y Cuba no han dado con el origen de los ataques sónicos o acústicos. Dos o tres hipótesis, pero ninguna confirmación. Pese a los visibles efectos en la veintena de diplomáticos afectados, algunos de los cuales han llegado a sufrir la inflamación de su cerebro, el FBI sólo puede responder que no ha hallado prueba alguna. Los agentes han revisado a fondo la sede de la Embajada y sus alrededores. También los domicilios particulares de los afectados. Nada.
Las sospechas apuntan a los sistemas de escuchas que utilizan los servicios de inteligencia. La principal teoría es que son ataques provocados, mediante el mal uso intencionado de los aparatos de escucha y su alta tecnología. Pero tampoco se descarta que alguno de los aparatos más sofisticados incorporados recientemente, incluso de la inteligencia propia, funcionara mal o se haya descontrolado.