“El mercado nacional sigue creciendo de forma acelerada; aunque no es lo suficientemente grande para compensar la caída en las exportaciones”, apunta un reciente estudio del BBVA Bancomer, que pronostica un crecimiento de 1.8% del PIB este año, insuficiente para romper la brecha de inequidad y sacar de la pobreza a más de la mitad de la población mexicana.
Trump aún no se sienta en el sillón de la Casa Blanca, y ya está apretando las tuercas a México. Sólo esta semana, tres multinacionales automovilísticas −General Motors, Ford y Toyota− han sufrido los desafíos proteccionistas del magnate a golpe de tuit: “devuelvan la producción a suelo estadounidense o paguen un fuerte impuesto”. Ford ya ha respondido cancelando una importante inversión y es muy probable que no sea el único en dar marcha atrás. El debilitamiento de uno de los sectores clave –por dinamismo, aportación al PIB y captación de inversión extranjera– llega en un momento delicado para México y abre la puerta de un incierto laberinto económico.
Con la divisa en llamas, la inflación al alza por los incrementos de la gasolina y la luz, repetidos recortes del gasto público, una reforma energética definitivamente aguada y los mercados financieros listos para disparar al menor resbalón, la promesa de una tasa de crecimiento del 5% con la que inauguró Peña Nieto su mandato queda hoy como un dulce espejismo.
El sector automovilístico ha sido uno de los grandes beneficiados del Tratado de Libre Comercio en Norteamérica. En 22 años, la producción de coches en México se ha multiplicado por tres y las exportaciones hacia sus dos socios crecieron más de 80%.
Por el camino, se ha convertido en el primer productor de América Latina –desbancando a gigantes como Brasil– y el octavo del mundo, por encima de Francia o España. Como un juego de dominó, el ecosistema del libre comercio ha creado una cadena de producción interconectada, que se alimenta a un lado de tecnología y valor a añadido, y al otro de ventaja logística y salarios bajos. Hasta 17 fábricas de las principales marcas del mundo están establecidas en México.
El sector automovilístico genera cerca de un millón de empleos en el país. La mayoría se encuadran en la clásica cadena de montaje fordista –pintura, electricidad, ensamblaje– mientras que los empleos que requieren mayor formación y salario –diseño, ingeniería, investigación– provienen de Europa, EU, Japón, casi nunca de México.
Trump quiere romper con este equilibrio de fuerzas. La clase trabajadora blanca le votó para trajera de vuelta sus antiguos puestos de trabajo. Una cancelación del TLC, como ha planteado el magnate, provocaría un sismo de impredecibles consecuencias.
Casi el 80% de los más de tres millones coches que se producen en México acaban al otro lado de la frontera. El sector representa más de un 3% del PIB nacional y acumula el 10% de la inversión directa extrajera.
La retirada de Ford puede marcar el paso para el bloqueo de nuevas entradas de capital en el país ya planificadas. A expensas de las presiones de Trump, Kia, Toyota o BMW tienen proyectos en cartera. Desde Banco Base, prevén una contracción para la inversión extrajera directa de hasta el 15% al final del año.