Post Neoliberalismo: ¿nuevo paradigma?

CONCIENCIA CIUDADANA

En ese encuentro, el candidato fue modificando su discurso anterior, centrado en la denuncia y  confrontación; matizándolo con el uso de referencias a sentimientos, valores y expresiones ajenos al lenguaje usual de la política, creando un vínculo eficaz con la multiplicidad cultural de ese México de abajo a la que el lenguaje “oficial”,  rara vez atiende y mucho menos valora como sujeto histórico, capaz de participar en las decisiones hasta ahora  comprensibles sólo por las élites del poder político, económico e intelectual.      

   Andrés Manuel acaba de acuñar una nueva noción para identificar a la que llamó “el paradigma de la época del fin del neoliberalismo”, sistema que imperó en nuestro país por más de tres décadas a partir del triunfo de Carlos Salinas de Gortari, su principal promotor y sostén político.
    A partir de entonces, los gobiernos del llamado estado benefactor, fueron sustituidos por otros de naturaleza conservadora, desmantelando el sistema nacido con la revolución mexicana y apoderándose del estado nacional con el apoyo de los países capitalistas triunfantes en la confrontación con el bloque socialista, que trajo como resultado el triunfo del sistema de libre mercado en todo el mundo.  
   Como se sabe, el neoliberalismo se instaló como un virus en el viejo sistema político mexicano, generándose una élite política al servicio del poder económico privado y una clase empresarial arropada por los gobernantes del PRI, y conformando un poder oligárquico a costa de la desigualdad social y el desmantelamiento del estado de bienestar social.  
   La clave del triunfo  y la permanencia del neoliberalismo en México durante más de 30 años fue, sin lugar a dudas, la permanencia del Partido Revolucionario Institucional, que permitió al viejo régimen mantenerse en el poder gracias al corporativismo, la represión y la corrupción. Ni el fraude electoral de 1988 ni las elecciones siguientes pudieron sacar al PRI del poder, y sólo fue hasta el año 2000 cuando el PAN, afín a la política económica neoliberal, reemplazó a los priístas en la presidencia de la república.  
    Como se sabe, los gobiernos del PAN terminaron mimetizándose con los del PRI, al mantener las principales políticas y estrategias de gobierno de éstos y adoptando sus prácticas corruptas. Su neoliberalismo rampante no llegó nunca a responder a las demandas sociales de democracia y justicia de la mayoría social, dejando una sensación de frustración y desesperanza en la ciudadanía, quien le cobró  a los blanquiazules las facturas  en la sucesión presidencial de 2006,  en la que solo el fraude electoral pudo impedir que el candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador alcanzara la presidencia de la república.  
   Con la ilegitimidad de su victoria, Felipe Calderón Hinojosa, hubo de fabricar la ficción de una guerra contra el crimen organizado como pretexto para mantener unido al gobierno y el pueblo, lo que llevó al país a la confrontación y la violencia nunca vista desde el período revolucionario iniciado en 1910.
   Sin embargo, el PRI y PAN, marcharon estrechamente unidos todos esos años, apuntalando el régimen neoliberal que los identificaba a pesar de sus diferencias coyunturales. La oligarquía reinante promovió entonces la idea de que la contienda electoral no se daba ya entre partidos, sino entre personalidades, sepultando la distinción ideológica y programática de aquellos y abonando al culto a la personalidad que abrió la puerta a un personaje mediático, cuidadosamente preparado para llegar a la presidencia de la república con el apoyo de la clase empresarial y los medios de comunicación masiva, que llevó en 2012 a Enrique Peña Nieto a  una responsabilidad que ni profesional,  política o éticamente formaban parte su perfil,  haciéndole ejercer el poder sin mayor problema de conciencia, en medio del desprestigio y la repulsa popular.
   Nunca, desde el régimen dictatorial de Porfirio Díaz –como lo ha afirmado el propio presidente López Obrador con insistencia- un régimen político y sus gobernantes actuaron de manera tan premeditada, irresponsable y perversa contra los intereses de la nación como en ese periodo. La sociedad mexicana nunca fue tan vejada, agredida, violentada y corrompida por sus gobernantes como en ese nefasto período al que el propio Andrés Manuel ha terminado por dejar atrás haciendo  tabula rasa de los crímenes del pasado para buscar; más que el castigo de los culpables, sepultarlo en el basurero de la historia y abrir una nueva época de la vida nacional a la que ha dado en llamar, en sentido positivo “de la cuarta transformación” y, en sentido negativo, del “post-liberalismo”, en sus conferencias de prensa cotidianas.
    En ambos sentidos, los conceptos  utilizados por el presidente son una clave determinante; porque si bien es cierto -como lo manifestaba Octavio Paz en alguna ocasión-, que en la corrupción social lo primero que se corrompe es el lenguaje; lo contrario es igualmente verdadero: cuando una sociedad renace, se renueva y comienza a vivir de una manera diferente; lo primero que se transforma es también el lenguaje y, por eso, resulta determinante la forma en que el propio López Obrador ha venido decantando sus ideas y su forma de expresarlas renovando el tradicional lenguaje político del régimen al que quiere dar por superado.
   Fue durante la campaña presidencial del año pasado, cuando para sorpresa de sus seguidores y molestia de sus detractores, Andrés Manuel comenzó a abundar en formas de expresión cada vez más llanas, llenas de referencias morales y remembranzas históricas, las que no sólo fueron tildadas de zafias y anacrónicas, sino de impropias del lenguaje del discurso político tecnocrático.
   Mas contra tales razones, AMLO fue capaz de meterse al alma de la “civilización negada” como llamó a nuestras culturas originarias y populares el maestro Guillermo Bonfil Batalla en su libro México Profundo. En ese encuentro, el candidato fue modificando su discurso anterior, centrado  en la denuncia y  confrontación; matizándolo con el uso de referencias a sentimientos, valores  y expresiones ajenos al lenguaje usual de la política, creando un vínculo eficaz con la multiplicidad cultural de ese México de abajo a la que el lenguaje “oficial”, rara vez atiende y mucho menos valora como sujeto histórico, capaz de participar en las decisiones hasta ahora  comprensibles sólo por las élites del poder político, económico e intelectual.      
   El discurso lopezobradorista, está imponiéndo en la conciencia colectiva una resemantización no sólo  de la práctica política, sino de sentidos y significados sociales inéditos en la historia del ejercicio del poder en México; donde la relación entre el lenguaje evasivo, alambicado y  oscuro de los políticos sirvió, hasta el año pasado, como dispositivo estratégico de desinformación, descontrol y engaño utilizado por un sistema de un poder negado a la comunicación clara, directa y comprensible por todos los mexicanos.
   El escándalo provocado por las expresiones de López Obrador en las élites,  tiene su razón de ser en esa ruptura paradigmática del presente con el pasado. Decir que los neoliberales se pasaron de rateros; que el pueblo se cansa de tanta pinche transa o que existe una “prensa fifí” y el uso de citas bíblicas con las que salpica sus pláticas junto con el uso de localismos del sureste son, efectivamente, expresiones dignas de temerse; más no por las razones que da la derecha desde la tribuna o el comentario periodístico; sino por su capacidad de abrir brecha a nuevas formas de expresión y relación social, que rompen las barreras que impiden a las clases y castas comunicarse igualitariamente; revalorando los valores morales de las culturas originarias y la riqueza espiritual contenida en la memoria histórica colectiva; punto de partida de una nueva forma de relación entre los mexicanos y, por tanto, objeto digno de ser analizado y valorado no dogmáticamente por la ciencia, la política o la filosófica y otros campos del saber humano.
   ¿Estamos pues, ante un nuevo paradigma, como sostiene el presidente de la república? No lo sabemos aún; pero lo cierto es que la nueva forma de construir el discurso de un presidente de México, es ya, de por sí, una transformación digna de reconocerse, analizarse y ampliarse a todos los ámbitos de la vida pública mexicana.  
   Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS YA, CON NOSOTROS. LAS COSAS POR SU NOMBRE, ¿O NO?  

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