RELATOS DE VIDA
No era un día como cualquiera, aunque Javier así lo pensaba porque se levantó tarde como siempre, tomó el primer pantalón y camisa que encontró, y mientras planchaba se daba ánimos para bañarse con agua fría.
Ya de salida de casa tomó una manzana y un yogur del refrigerador y corrió para alcanzar el transporte, le quedaba media hora para llegar a la cita pactada, debía mostrar un departamento con posibilidades de concretar la renta.
Presentaba 15 minutos de retraso cuando llegó a la puerta del edificio y encontró a una mujer joven, pasaditos de los 30, vestía una falda corta, una blusa ajustada, chamarra de mezclilla y unos tenis de plataforma; cabello suelto, ligeramente maquillada y perfumada.
Después de la presentación y ofrecer una disculpa, ingresaron al edificio, subieron al elevador hasta el tercer piso, siguieron el andar hasta el fondo del pasillo y se adentraron en el espacio en renta.
Recorrieron la habitación principal, el baño, la cocina, patio de servicio y sala comedor; mientras como guía de turistas informaba de los servicios y hasta recomendaciones para el acomodo de los muebles.
Al concluir, la mujer le pidió unos minutos para hacer una llamada y continuar con los trámites para el convenio de renta, así como el pago; Javier se alejó para brindarle privacidad; aunque a lo lejos observaba el manoteo, nerviosismo y enojo de la próxima inquilina.
Al cabo de unos 15 minutos la fémina se acercó a paso lento, pero con aspecto malintencionado, sin decir palabra alguna se acercó, tanto, y comenzó a besarlo, le tomó las manos y las colocó en sus nalgas, empezó a despojarlo de la ropa.
Primero la camisa, desabrochó el cinturón y luego el botón del pantalón, bajó la bragueta; Javier ayudó quitándose los zapatos mientras ella bajaba lentamente, todo parecía que estaba a punto de llegar al ritual final, cuando la mujer se paralizó, para incorporarse, tomar sus cosas y anunciar que le llamaría para firmar el convenio.
Javier, caliente y atónito, pensaba la causa del porqué el juego había terminado, bajo la cabeza en señal fallida de lo que pudo ser su mejor día, y detectó su dedo saliendo del calcetín, por las prisas de la mañana tomó el primer par que encontró y si bien se percató del orificio no le tomó importancia, al final de cuentas nada pasaría en su rutinaria vida.
Ese día, perdió un convenio y su dignidad por no poder concluir el acto; aunque ganó la experiencia de salir temprano y coser los calcetines rotos.