Germán fue asesinado el domingo pasado durante un asalto, uno de los tres delincuentes que entraron a robar le disparó a quemarropa por la espalda cuando él ya estaba hincado y no oponía ninguna resistencia
Los días de Germán comenzaban temprano, despertaba para ir a la escuela, preparaba su desayuno, a las 8:30 esperaba el transporte que lo llevaría a la preparatoria, a veces alcanzaba a despedirse de su mamá al pasar por el kiosco donde ambos trabajaban; a esa hora ella terminaba su turno, que empezaba cada noche a las 23:00 horas.
Cerca del mediodía Germán volvía de la escuela, pasaba un rato al cibercafé de Adán, joven de 28 años que le ayudaba a conseguir piezas para armar la computadora que quería “una bien chingona” para poder jugar y antes de las cuatro regresaba a casa para comer e irse a cubrir su turno en la tienda, hasta las 11:00 de la noche.
Germán fue asesinado el domingo pasado durante un asalto, uno de los tres delincuentes que entraron a robar le disparó a quemarropa por la espalda cuando él ya estaba hincado y no oponía ninguna resistencia.
El homicidio ha causado conmoción, Germán tenía 15 años, era un adolescente alegre y bromista, trabajaba para cumplir uno de sus sueños, no descuidó nunca sus estudios y llevaba meses ahorrando para comprar su computadora…
No hay número afuera de su casa, son 200 metros desde la tienda en que lo asesinaron.
El gobernador de Colima, Ignacio Peralta Sánchez, ofreció apoyo; habló con Rosa Elia, madre de Germán, quien viste de blanco, como el martes, cuando lo enterraron y decenas de personas eligieron ese color para protestar por la violencia en ese lado del Pacífico.
“Ofreció cosas, no me interesa, quiero que agarren a los culpables y que digan quiénes son y por qué esa saña contra mi hijo”, dice Rosa.
El cariño con que se refiere a Germán muestra que sigue vivo en ella, lo recuerda responsable, trabajador, alegre, soñador.
Rosa sabe que hay quien cuestiona que un joven de 15 años trabajara como cajero, y su respuesta es sencilla: “él quería hacerlo para comprar su computadora, nunca dejó de ir a la escuela, quería ser administrador de empresas; era honesto y por eso en noviembre lo subieron a cajero; al ciber iba cuando podía y ayudaba a atender y limpiar… cuando le dieron las llaves decía que ya era el gerente”.
Rosa procuraba llegar a las 9:00 o 10:00 de la noche a su turno en el kiosco para que Germán regresara a casa y durmiera para ir a la escuela; ella le guardaba mil 900 pesos que ganaba a la quincena.
Adán atiende su cibercafé, detrás de un monitor, su semblante no disimula el enojo, la molestia, la frustración, pero también la tristeza.
“Lo conocí aquí, nos hicimos amigos, le tuve confianza de darle llaves del negocio para que abriera cuando yo no podía y me ayudara; tenía un gran sentido de la justicia, no puedo creer lo que le hicieron, no sé si exista una palabra para nombrarlo”.