
El Faro
Desde hace ya varios años se viene hablando y venimos escuchando por múltiples medios la extensión de un fenómeno mundial que se denomina populismo. Algunos analistas se preocupan por ello y otros simplemente lo silencian entendiendo que es una manera más de estar en el gobierno. Hoy, la segunda parte de este trabajo.
El pueblo, en esta visión de populismo, no incluye a la totalidad de la población, se reduce a sus seguidores como la auténtica población. Normalmente se dirigen a las clases más desfavorecidas con una promesa de solución y de justicia que históricamente se les ha robado. En contra, por tanto, el resto de la población, quienes son pudientes y llevan tiempo aprovechándose de los más necesitados para ellos vivir a cuerpo de rey. Los oprimidos contra la casta; los pobres contra los ricos; los de abajo contra los de arriba… la polarización social está servida.
El vocero de este pueblo escindido en dos partes, es un líder carismático. Líder y pueblo, con las características mencionadas más arriba, se comunican de manera directa. No son necesarias intermediaciones de ningún tipo, la intuición popular es suficiente para fijar el rumbo de los programas políticos. Por supuesto, todo lo que diga y haga este líder carismático, será en nombre del pueblo. No caben malas interpretaciones ni intereses particulares.
Las tres características desarrolladas hasta este momento, permiten plantear un marco valoral muy simple. Lo bueno tiene que ver con el pueblo, lo malo con los intereses aviesos que han llevado a la nación a la ruina en que vive. Las intenciones de fondo que puede tener cualquier persona dependerán de su posición ante la figura del líder carismático como intérprete del pueblo. Si alguien está en contra del líder está en contra del pueblo, de lo bueno y, por tanto, será malo. La polarización simple en la noción de pueblo se acompaña con la simplificación valoral. Este marco contextual ayuda a que todos los hechos se encuadren en él. Si no coinciden los hechos con el marco, peor para los hechos.
Como no puede ser de otra manera, el lenguaje también se ve afectado por esta dinámica y se convierte en su refuerzo. Lenguaje y emociones van de la mano. El líder debe tener la habilidad para enfervorizar a su pueblo con un vocabulario simple que refuerce la adhesión que previamente él recibe de los ciudadanos. En este sentido, puede ser tan práctico la habilidad positiva que se ha mencionado, como la existencia de un fantasma indefinido que se transforma en los enemigos que desde las sombras del poder siguen maquinando contra todos los demás para cumplir su propio interés.
Con todo lo dicho, es muy fácil entender que la dinámica populista suele coincidir con sociedades en crisis, que han perdido su confianza en las instituciones y que más que ayudar, estorban. Organismos autónomos, los otros poderes democráticos, la prensa…, se convierten automáticamente en sospechosos.
Adela Cortina, cita en el escrito que nos acompaña varios países del mundo y concreta en algunos gobernantes, actuales y pasados. Entre ellos no menciona para nada a México. Quizá con esta descripción de qué es el populismo, nos podamos ayudar para discernir si nuestro sistema político es populista o no. Cada quien tiene la responsabilidad de pensar por su propia cuenta y de obrar en consecuencia.