POLVO ERES Y EN POLVO TE CONVERTIRÁS

FAMILIA POLÍTICA

“Dalila: de todos los pueblos de Hidalgo,
el tuyo es el más polvoriento”.
Carlos Muñiz.

Como arrancada de un libro de Juan Rulfo, sobrevive la realidad de mi pueblo en pleno Siglo XXI. Aunque muy diferente a aquél donde vi la luz primera, a mediados del S. XX, mantiene su esencia de viento y remolino; sed ancestral en los campos, que se cultivan más por la fuerza de la costumbre, que por la esperanza de una pródiga cosecha: nopales, magueyes, mezquites, cardones y otras hierbas de clima semidesértico, forman parte, junto con su fauna de reptiles y pequeños roedores, de un paisaje que, por cotidiano, a nadie que haya nacido ahí, asombra para nada.

Como en todo el país, durante el agrarismo posrevolucionario, los grandes latifundios que constituían las haciendas se fragmentaron en parcelas y tierras comunales, de las cuales el gobierno dotó de tierras a los originarios de pueblos y comunidades que, poco a poco delinearon el perfil de los municipios y éstos, de las entidades federativas.

En su novela La Nube Estéril, el portugués Antonio Rodríguez afirma que, para librarse de la amenaza constante de los guerreros aztecas, el pueblo Hñahñu decidió remontarse al inmenso valle y a las cimas, donde la topografía sui generis de la Sierra Madre Oriental impide el paso de las nubes preñadas y transforma en páramo sombrío toda la extensa tierra de mis ancestros. Poca o ninguna ambición despertaba en los potenciales depredadores imperialistas.

Mucho tiempo después, la Revolución Mexicana con sus ideales libertarios, inculcó en los abuelos una ideología que se conjugaba en el binomio “Democracia y Justicia Social”, así, en los pequeños pueblos se lograba la unidad en torno a la construcción de pequeñas obras, de alta significación colectiva: un kiosco, una cancha, una escuela, una iglesia… El trabajo propicia la fraternidad, aleja los enfrentamientos y hace que el concepto de comunidad, se acerque a la definición de los sociólogos: “conjunto de personas que viven juntas bajo ciertas reglas o que tienen los mismos intereses, valores y principios”.

En aquel tiempo, las pequeñas parcelas (entre dos y cinco hectáreas) producían lo suficiente para el autoconsumo; para permitir la sobrevivencia de una familia mexicana tipo. Cada año se renovaba la esperanza: “ahora sí, la cosecha será abundante”.

Compartir aquella realidad con mi padre y mi madre, fue la mejor herencia que de ellos recibí; me permitió comprender y querer a esa gente esforzada, noble, a la cual las carencias y las ideologías llenan, en ocasiones, de veneno y sentimiento muy parecido al odio; afortunadamente transitorios. Puede más el sentido de pertenencia al grupo, que la hostilidad que generan los colores partidistas.

Durante la etapa inicial de nuestra existencia, equivalente a la educación primaria; la conciencia de clase aún no penetra mucho más allá de la piel. Como dijera Don Alberto Cortés: “Luego fue tiempo de estudios, con regresos a menudo, pero con plena conciencia; que iniciaba un largo viaje, sólo de ida el pasaje y así me ganó la ausencia”. La formación académica, el ejercicio profesional, los pequeños éxitos que se escalonan para llevar al protagonista de la vida propia por diferentes senderos, a veces con la firme creencia de que jamás regresará al sitio de su querencia natural. El amor a la tierra y el interés de la sobrevivencia, pocas veces caminan por la misma senda; todo es cuestión de circunstancia.

El ser humano no pierde sus raíces, las lleva consigo a donde quiera que va y tarde o temprano, a la menor provocación, regresa a donde las dejó profundamente clavadas. En mi caso se conjuntaron varias circunstancias: mi jubilación, el desempleo de mi hijo mayor (cuya vocación es el campo y los animales) y el éxito de varios promotores que, dentro y fuera del gobierno, de manera absolutamente desinteresada, lograron conseguir un pozo para beneficiar sesenta hectáreas para beneficiar a otros tantos ejidatarios. Al mirar esas luchas, no se puede menos que unirse a los esfuerzos de personas como mi compadre Gumesindo Ángeles y su comité; de la mismísima Presidente Municipal, Licenciada Dalila López Santiago y de luchadores sociales que, en otros pueblos como el mío, están logrando la hazaña de producir especies que ni en sueños imaginábamos (brócoli, por ejemplo).

Todo esto es ya una realidad. El jueves estuvimos en una reunión con el Secretario de Agricultura del Gobierno del Estado, Lic. Carlos Muñiz, para arrancar la construcción de una olla de captación y distribución de agua, para gastar lo mínimo posible en electricidad (aún bajo subsidio) y regar por gravedad. Ante la distribución del terreno, la temperatura del agua y otros factores, el Secretario y su equipo generaron la idea de sembrar peces, como una actividad económica complementaria. Debo decir que la gente, en su totalidad, aplaudió la buena disposición del funcionario, quien hizo un llamado a olvidar las discordias, los pleitos y los colores, para unirse en torno al trabajo. Recordó que si no existe un sólido vínculo de confianza, basta la voz disidente de un “cabrón” para echar a perder una asamblea con todos sus beneficios.

En esta reunión de aproximadamente 150 personas, reafirmé mi reencuentro con varias generaciones: mi madre fue maestra de, por lo menos tres y yo, de otras tantas. Así, reconocido por abuelos, padres y/o nietos, acompañamos a Dalila, Muñiz, visitantes de los otros pozos y algunos más, a observar la siembra de ajo, con la cual ya comenzamos de manera experimental; después, a una riquísima barbacoa campirana, a la sombre de un mezquite.

Ahora, mi presencia ya es discreta, mi hijo Erick preside el comité de obra en compañía de los descendientes de quienes fueron mis alumnos. Esto es el relevo generacional, aunque al mismo tiempo, afirmación de la bíblica sentencia “Polvo eres y en polvo te convertirás”.

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