
FAMILIA POLÍTICA
Se dice que la paz es preparación para la guerra. En sentido metafórico, las guerras son actualmente confrontaciones electorales. Los funcionarios que surgen del voto popular, no acaban de instalarse en sus sitiales, cuando ya la ciudadanía prepara “en lo oscurito” la siguiente contienda. Es evidente, las condiciones cambian, pero la esencia permanece. Don Fidel Velázquez, en su tiempo, decía: “el que se mueve, no sale en la foto”.
El mejor método para destacar en una organización partidista era la disciplina, obviamente, sin hacer a un lado los atributos de los diferentes personajes que, en busca de su propia realización, se cobijaban desde jóvenes, bajo la sombra de un padrino que los admitiera con todas sus virtudes y defectos. Títulos y merecimientos académicos pasaban a segundo plano y hasta se convertían en obstáculos. La unidad absoluta en toda organización era (y es) una Utopía; dialécticamente, los mandatos democráticos descansan en la disidencia. El verdadero arte del político es convertir a los enemigos en amigos, sin que éstos, por celos, dejen de serlo. Es claro que hablamos de “amistades” coyunturales, pasajeras, a veces efímeras.
En teoría, tres son las obligadas fases del proceso democrático: opinión de todos, decisión de la mayoría y disciplina de la minoría, aunque es mucho más fácil decirlo que llevarlo a la práctica; los seres humanos actuamos más por determinación de las vísceras, que por el frío imperativo racional. En los tiempos recientes, cuando dos o más personas buscan el mismo cargo, con un piso relativamente parejo, se incuban desde temprana hora seguidores, deseosos de pasar lista y engrosar las filas de aquél o aquélla que tiene posibilidades de obtener una candidatura. De la numerosa lista inicial, poco a poco se van definiendo quienes tienen, en realidad, el perfil y los medios para lograr sus aspiraciones. En el camino quedan los cadáveres de aquéllos que pretendieron hacer ruido y se toparon con los límites de su pequeña realidad. Los finalistas, prácticamente se definen por su propio peso.
Aunque antes se decía “tras el que corre, pedradas”, ahora se busca sumar, sumar y sumar. Sin importar ofensas, guerra sucia, presiones o cualquier otro tipo de obstáculos, el o la que gana al interior de su partido, es porque ha tejido una fina red de alianzas, conversaciones, promesas y compromisos con los nuevos amigos que ayer fueron adversarios. Cuando un abrazo se da en público, el grito de aprobación surge unánime: “¡Unidad! ¡Unidad! ¡Unidad!”.
Decía ese viejo sabio que se llamaba Tobías Cruz Esparza: “En el triunfo, es más difícil lidiar con el celo de los amigos, que con los recelos de los adversarios”. Los primeros reclaman derechos de antigüedad y espacios de oportunidad en las campañas, en la lucha por la verdadera fuente de poder que es la elección constitucional. Así, con la esperanza de obtener alguna posición en el gobierno, quienes fueron adversarios ayer y ahora son aliados, ganaron la oportunidad de ser escuchados. La lealtad siempre se valora, cualesquiera que fueren las razones de cercanía con el perdedor. La carrera de los méritos sigue; el (la) candidato (a) junto con su círculo cercano, será quien califique la eficacia, la fidelidad, los resultados… las cualidades y defectos de todos. Si se obtiene el triunfo, llegará el momento de repartir premios o determinar culpas; aunque ciertos éxitos son medios, no fines. Alcanzar la cima es acceder al poder; atributo que no se agota en un solo acto; es un proceso con cierta permanencia; una potestad inherente a quien manda durante el transcurso de su periodo constitucional, con la obligación moral y política de transmitirlo a quien sea su amigo o, por lo menos, su compañero de Partido.
Antes, durante y después de los trabajos de campaña, curiosamente deben tener prioridad los militantes que provienen de otros grupos (la generosa oportunidad que les abre su, antes, adversario, obliga al máximo de lealtad). Los amigos tienen y tendrán su sitio dentro o fuera de los equipos de organización y mando. Finalmente, por la unidad se aspira a la identidad, antes del riesgo de ruptura que una nueva contienda trae consigo.
FEBRERO
En un cambio radical de tema, comento a mis amigos que febrero tiene dos fechas para mí significativas, más allá del calendario cívico o social.
En el año 2010, cerca del día de La Bandera (día 24), murió Doña Micaela Hernández, Profesora rural de a de veras.
Dos años más tarde, casi el día de la amistad (día 14), murió mi señor padre “El Tío Genaro Gutiérrez”; para ellos escribí el siguiente:
SONETO
A la Profe Mica (†) Sep-1917/Feb 2010.
A Don Genaro Gutiérrez (†) Dic 1917/Feb 2012.
Todos los años pasan por febrero,
Con un rebaño de reminiscencias:
Una infancia feliz, las experiencias
De un joven y de un viejo en el sendero.
Porque es, el ser de lo imperecedero,
Un cielo de platónicas esencias:
Universo de ideales y vivencias
Que adornan con ficción lo verdadero.
Una pareja en el recuerdo queda;
Es como un solo ser, aunque no sea,
Aunque nadie lo escuche ni lo vea.
SÍ, son mis padres y aunque yo no pueda
Tenerlos ya, fuera del tiempo artero,
Tengo una flor de amor cada febrero.