Poder, las razones de la política

Poder, las razones de la política

LAGUNA DE VOCES

A veces, solo a veces, cansa ser espectador de un espectáculo cómico-musical que sigue una misma trama, apenas con variantes solo detectables para expertos en la materia. Pero la historia se repite una y otra vez, con personajes que lo mismo encarnan al arcángel San Gabriel en una representación, que al mismísimo Luzbel en otra. 

Digo que a veces cansa ser simple espectador, porque de tanto observar el trabajo histriónico de los que aparecen en escena, acabamos por conocer los diálogos a la perfección, las gesticulaciones, los ademanes, y terminamos por decir que si nos pusieran lo haríamos mejor. Es la eterna tentación del que conoce de cerca al poder y a los poderosos, y un día cualquiera comete la locura de querer meterse donde simplemente no tiene nada qué hacer.

En la lucha por el poder no hay cuartel, espacio para un eventual armisticio o una paz pactada. Todos saben que de llegar a realizarse será una simple pausa en tanto se afilan las espadas, se cargan los cañones y se estudian más a fondo las debilidades del rival.

Lo hemos visto una y mil veces y todavía, a estas alturas, llega a sorprendernos el actor que logra distraer la atención de su público, al grado de marear al otro que está en escena, que de pronto se descubre desnudo sin dar crédito a la forma como fue despojado de su ropaje. Es más un acto de prestidigitación.

Por todo lo anterior la tentación de quien es espectador, y además escribe sobre el asunto, de intentar cada cierto período de tiempo, inscribirse y participar en la contienda por el poder, bajo el entendido absurdo de que hace análisis de gran vuelo en que incluso se adelanta a los acontecimientos, conoce de sobra la geografía del lugar donde vive, y no hay estrategia que desconozca porque la ha visto todas.

Sin embargo el resultado siempre será el mismo: una derrota abrumadora, y la pérdida de la poca o mucha credibilidad que tenía antes de intentar la aventura.

Los políticos son una casta aparte. Lo digo con la seguridad de que no cualquiera puede ser capaz de soportar la tensión constante a que son sometidos día y noche, mes tras mes, año tras año. Cualquier mortal caería fulminado por un infarto masivo apenas a unos meses de navegar por esas aguas procelosas, o simplemente se retiraría luego de evaluar y entender que no vale la pena sacrificar tanto por nada.

Algunos afirman que es el dinero, la vida nueva que puede darse quien entra en esas lides. Pero al final resulta que no es así; se trata de otro factor, otro motor que impulsa a los hombres y mujeres de la política. Por supuesto hay los que solo van por dinero, pero son los del montón, que no trascienden ni para bien ni para mal.

Pocas actividades reflejan con tanta claridad la lucha misma por la vida. Sucede incluso dentro de nuestro organismo, y cuando perdemos o pierden nuestras células salvadoras, simplemente acabamos muertos. 

Vaya pues que, hacemos política pero en un nivel menos agresivo, menos radical, porque la lucha no es por el poder sino por sobrevivir, y en ello existe cierta misericordia con el prójimo.

La lucha por el poder debe ser descarnada, total, absoluta, dispuesta a desaparecer al oponente, hacerlo polvo, ceniza, nada. Incluso, y de ser posible, borrar su recuerdo, desatar la idea de que nunca existió, negar cualquier posible legado. Igual que en los tiempos del imperio romano aunque sin extremos sangrientos, toda la estirpe del que fue se manda al ostracismo, se le recluye en algún lugar recóndito y se invoca su olvido.

Nada cambia, y los destinos habrán de cumplirse.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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