Lo que sea de cada quien, yo pertenecía al mejor contrato de la mina de San Juan y la verdad me sentía muy contento, a pesar de que el trabajo era para burros, al menos eso decía mucha gente, trabajábamos en la mina de Paraíso, pero teníamos que bajar por la de San Juan, mi contratista, Pascual Jarillo, era un indio bajado del cerro a tamborazos, pero le entraba a la chinga, con muchas ganas les ayudaba a los compañeros y andaba en todas partes, de propina salíamos bien.
El Encargado era Gustavo Martínez, un hombre alto y muy fuerte, pero lo que tenía de grandote, lo tenía de pendejo. Como estaba jorobado, le decían “El Bandolón”. Había tres perforistas, pero destacaba David “El Chocolate”; un hombre prieto, muy trabajador; su señora era doña Ema, una mujer muy delgada y la burla de todos, pero ella nunca les hacía caso y luego, hasta se unía a las bromas.
- ¿De qué les da risa pinches monos? Mi mujer está muy delgada, pero para mí es un ahorro, porque cuando la saco a pasear, mete las dos piernas en una media.
Yo trabajaba como su ayudante, todavía no me casaba, andaba de novio con una estudiante del Politécnico y desde que nos conocíamos, siempre era la misma canción:
- ¡Salte de la mina Félix! No me gusta que trabajes ahí, todos tus compañeros son borrachos y luego has venido a verme y hueles a puro pulque, todos los mineros salen tuberculosos del trabajo de la mina y si nos casamos, no me gustaría que mis hijos fueran tubérculos.
Con lo que ganaba me vestía muy bien, eso era un punto a mi favor, pero bueno, al fin del tiempo no nos casamos, me casé a través de los años con la hija de un minero, otro de mis compañeros, claro de los que eran buenos, era Lupe, estaba bien mamado, y se las sabía de todas, todas para barrenar.
Los ayudantes “El Baldo”, “El Loco” y varios cocheros nos apurábamos y nos quedaba mucho tiempo en platicar en el despacho por donde nos sacaban. Con nosotros llegó un señor grande, se llamaba Eduardo González y le decía “Lalo”, un día le preguntaron:
- A ver usted, Lalo, que vive en Xolostitla, se dice que ahí es la tierra de los Nahuales, cuénteles a estos pinches burros, qué cosa es un Nahual.
- Los Nahuales son personas como nosotros, se roban los animales, chivos, mulas y uno que otro viejo buey, se convierten en burros o perros y se roban los animales y el maíz. Un día mis hermanos y yo nos pusimos a espiar quién era el ladrón, porque nos estaban dando en la madre, en menos de 15 días, se habían llevado 20 borregos. Una vez que, mi hermano el más grande y yo íbamos a dar un rondín por las orillas del pueblo, que vemos un perro negro grande, me dio tanto miedo que sentí cosquillitas en la cola, ese animal no era del lugar, no ladraba, sólo se te quedaba mirando, que comenzamos a seguirlo a cierta distancia sin perderlo de vista, y al vernos, que se echa a correr. Con ayuda de otros de mis carnales, que también lo buscaban, le cerramos las salidas y el pendejo que se mete a la casa. Corrió a mi cuarto y se metió debajo de la cama, con un palo le picamos y no salía el cabrón, nos pusimos de acuerdo a señas de cómo sacarlo de ahí, uno de mis hermanos se puso en la cabecera, el otro al lado de los pies y a la de tres, quitamos la cama y mi otro carnal se le aventó, poniéndole un lazo en el pescuezo. Eran como las doce de la noche, no había luna, todo estaba oscuro, mi hermano trajo un lazo grande, lo amarró muy bien del pescuezo, lo jalamos para el patio a pura patada, mi padre sacó una escopeta, el perro lo miraba con piedad y se le salían las lágrimas, mi padre le puso la escopeta en la cabeza, y le jalo, pero no tronó. Fue cuando nos fuimos a pura pata contra el perro, en una de esas que se jala y se llevó jalando por un buen rato a uno de mis hermanos, hasta que lo soltó y se fue, perdiéndose en la oscuridad, nosotros nos regresamos a la casa a comentar y nos dijo mi hermano. Por poco se lleva sus manos, pero como dice mi papá, que ese sí era un Nahual, algún día va a venir por la venganza. Nos dijo: “Desde hoy en adelante hay que ponerse muy listos el andar por la oscuridad”.
“El Bandolón” le preguntó:
- Oiga, don Lalo, usted que los conoce bien, quédese mirando muy bien a estos cuates, y dígame, ¿quién se parece al Nahual?
Le contestó “El Chocolate”
- Tu madre.
Le respondió:
- A mi jefa no, se parece a mi vieja, porque cuando se enoja, se convierte en animal y tú pinche Petronilo, que vives hasta casa de los diablos, ¿por ese pueblo no hay nahuales?
- Lo único que sé es que una vez pasó un arriero por mi pueblo, iba con un burro y llevaba un borrego amarrado en cada lado, en el mismo camino venía otro arriero, con sus burros de carga, al ver al burro sólo pensó “Ahorita me chingo el burro con sus dos borregos, los voy a meter junto con los míos”. Dicho y hecho, como el arriero llevaba un perro, que era el que no los dejaba que se pararan, pues les daba de mordidas en las patas, y más al que llevaba los borregos. Luego se calentaba el piche arriero y le daba con una vara al burro, para que caminara rápido, y le picaba la cola, ya habían caminado varios kilómetros y no dejaba de golpearlos, de momento el burro que llevaba los borregos se quedó parado volteó la cabeza y le dijo al arriero:
- “Ya no me pegue usted, señor”
- Al Arriero se le pararon los pelos y salió corriendo echo la chingada, sin mirar para atrás, con la lengua de fuera, atrás de él iba corriendo el perro, que lo siguió, después de correr unos kilómetros, se sentó a descansar muy agitado, tomaba aire y sacaba los ojos, el perro se lo quedaba mirando, él se quitó el sombrero, se echó aire y dijo en voz alta, dirigiéndose al perro como si le entendiera:
- “Yo nunca había escuchado hablar a un perro”
Que le contesta el perro:
- ¡Ni yo tampoco!
Todos al mismo tiempo que nos levantamos y que damos una pamba loca al Petronilo, por mamón, se llevó una que otra patada y cachetada, se levantó como pudo y nos reclamó muy serio:
- ¿Por qué me pegan?
- Por mamón, estamos hablando en serio y sales con tus babosadas.
En eso llegó la jaula que bajaba por nosotros todos corrimos a subirnos, llegando al patio cada quien fue a entregar su lámpara, su tarjeta, la herramienta, se metieron al baño y algunos en parejas otros en bola salían por la puerta una y dos de la mina de San Juan Pachuca, cada quien a su casa, olvidándose de las pláticas, de los Nahuales.