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Piñatas y niños

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PEDAZOS DE VIDA

Dale, dale, dale…

Era la última piñata de la última posada de la colonia. Esta vez, milagrosamente, se había mantenido un saldo blanco durante todas las celebraciones que hacían los vecinos cada noche y en cada calle. No hubo madrazos en la calle de los changos, era de esperarse, pues el Jamoncillo, que era el que siempre echaba pleito se lo habían llevado hace ya 20 días a prisión por andar vendiendo polvito blanco.

“Esta noche de posada, de posada…” tampoco hubo perro que mordiera a los niños como el año pasado, cuando el Benjamín recibió tremendo ataque luego de romper la piñata e ir triunfante con su motín hasta donde estaba su mamá, tampoco se peleó doña “Pelos” con la “Trevi” por los tamales, ni hubo quién se aventara el ponche hirviendo…

“La piñata es lo mejor…” Todo iba bien, y digo que iba porque aún no terminaba la posada, ya solo faltaba que rompieran la última piñata, que les dieran sus aguinaldos a los niños, y que se terminara con el bailongo de la última posada, pero a quien se le ocurre pasar a un briago a romper la piñata, mientras abajo cantaban “hay que darle duro a la piñata, a la piñata, sin tenerle compasión…”, el “Cacaras” se abalanzó, jaló la piñata. Y ahí viene el pobre Pascual para abajo de la azotea, nada más se oyó el costalazo y los gritos de las mujeres, porque aquí pasa algo y las gritonas se encargan de que toda la colonia lo sepa.

Y pues ya, luego se lo llevó la ambulancia, y ahorita el pobre anda todo enyesado, pero bueno, al menos vivió para pasar otro año. A ver, querían burlarse del borrachín y terminaron todos asustados por el tirado de la azotea, ya ni vimos quién se quedó con la piñata…

El invitado a la mesa
Desde que entró al comedor, lo miró fijamente, tenía los ojos abiertos, estaba vestido de blanco, tenía unas pestañas muy grandes, y ocupaba el lugar predilecto de la abuela en la mesa. Sin embargo para el extranjero de ojos rasgados, el encontrarse con una familia mexicana la noche del 24 de diciembre, fue toda una experiencia, y más por el invitado especial que lo había visto entrar sin hacer un solo parpadeo, mismo que permanecía en la mesa con todos los platos llenos de comida y sin que pudiera probar bocado.

-¿Quién es él?- preguntó, el chinito.

Él es Dios, dijo la tía, en tanto le explicaba que el motivo de la cena de navidad era el nacimiento del niño Jesús, el Dios que se hizo hombre…

Tras unos minutos, y después de observarlo fijamente, el amigo extranjero, antes de comerse la pasta y su porción de pierna enchilada, dijo con un español pulcro, pues el Dios no tiene apetito…