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Pegando gritos…
No hay mentiras grandes o chiquitas: solo hay mentiras; a lo largo de la historia hemos escuchado una gran cantidad de cuentos y leyendas para un México mejor; la casta gobernante tratando de hacer lo que es más conveniente para la clase dominante, pero haciendo creer que los beneficio directos los disfrutará la clase trabajadora, o desposeídos como alguna vez nos llamaron en un sexenio presidencial.
La demagogia ha sido el signo distintivo de nuestra época, el populismo nos ha hecho mucho daño, incluso desde periodos preelectorales, pues como es de todos sabido, entre los ciudadanos de a pie nos andamos rompiendo el alma para encubrir a un candidato, peleando hasta con los vecinos cuyo candidato es de la oposición, gritando que nuestro candidato es el mejor y que “éste si nos apoyará”.
Tremendo chasco cuando el tiempo y los actos de “nuestro candidato” ganador nos hacen darnos cuenta el error garrafal que hemos cometido, algunas veces demasiado tarde, aunque hasta en esas ocasiones nuestra testarudez de no reconocer el error, nos lleva a “intentar” justificar las acciones de aquel que, es evidente, nos ha defraudado, y en la defensa que hacemos, lo que en realidad queremos defender es el poco orgullo que nos queda, herido, pero finalmente nuestro orgullo.
No sintamos pena ajena, los actos de aquellos por los que hemos votado no nos pertenecen, pues en tal caso, si seguimos esa lógica, tan responsable de los actos de gobierno lo sería aquél que votó como el que no votó por el ahora “servidor público”, pues no tuvo la fuerza para evitar su llegada; pero no, esa lógica de culparnos entre los propios ciudadano no tiene sustento; el gobernante debe responder por sus actos y no nosotros los ciudadanos, ya bastantes enemigos gratuitos hicimos en campaña como para todavía obstinarnos en defender lo evidentemente indefendible.
A través de la historia hemos vivido etapas en donde creemos que “ahora sí” vamos a avanzar, pues los slogans de la política nos hacen consentir sueños, sueños que con un poco de tiempo y los alquimistas de la política se convierten en pesadillas.
Pero no se trata de aguantar, se trata de entender que el problema no es entre nosotros los ciudadanos, que nuestro único error fue haberle dado la confianza a alguien que no ha sabido privilegiarla; y en todos los Partidos de todas las tendencias ideológicas encontramos el mismo flagelo cuando no hay honestidad en el que decidimos que nos representara, no es privativo de una facción en particular, tampoco de uno solo de los niveles de gobierno, en todos lados se cuecen habas.
Y toda vez que hayamos creado conciencia de nuestra situación de clase, determinemos la estrategia para corregir el rumbo, desde luego, una estrategia pacífica, a través del ejercicio de la política, esa política hoy denigrada por esos demagogos a quienes vilipendiamos un día sí y el otro también.
Ante este panorama ¿cuál es el camino a seguir?; Tenemos un estado de derecho, imperfecto por ser obra del ser humano, pero la historia nos dice que es el camino viable para el desarrollo. ¿Entonces donde está falla?, no es la política en donde debemos encontrar el problema, sino en el indebido ejercicio de la política; es en esa caterva de demagogos, populista y parásitos de la política en donde se encuentra el germen de la degradación democrática.
Por ello, los proyectos presupuestales pagados con los impuestos del pueblo no alcanzan para nada; cuántas veces no hemos intuido que inflan los costos de carreteras; los baños escolares que “rehabilitan” a precios de oro y que sentimos que con ese costo podemos reacondicionar toda la escuela; y luego nuestros representantes populares enriqueciéndose de la noche a la mañana, mientras miles de personas siguen sin trabajo, es ahí en donde surgen nuestras dudas e inconformidades, la falta de claridad en el manejo presupuestal.
¿Qué hacer?, seguir con nuestro estado de derecho, indiscutible, no puedo pretender otra cosa que no sea el ejercicio de la Ley; pero quedarnos callados no es la opción; pegar de gritos si lo es, pero siempre dentro del marco del derecho.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.