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Fiscalía social…
No pido que me den…sino que me pongan donde hay; esta parece ser la frase que está distinguiendo a nuestra época. ¿Por qué la gente no puede actuar con honestidad?, ¿por qué tenemos que andar cuidándonos la espalda siempre con el temor de que el enemigo salte de cualquier piedra?, ¿por qué la gente que nos representa le cuesta tanto trabajo ver las verdaderas necesidades del pueblo y solo ve el relumbrón de obras que de origen nacen viciadas?, ¿por qué a los corruptos los tiene que juzgar la historia y no el pueblo traicionado?
Muchas preguntas y muy poco espacio para filosofar y hacer una lista de las barbaridades que nos ha tocado ver a los habitantes de esta generación mal comida y tremendamente abrumada por la corrupción y los sueños protagónicos convertidos en ocurrencias.
Miles, millones de pesos gastados en nada de utilidad, y de ellos tenemos una barbaridad de ejemplos para tomarlos como botón de muestra; mucho dinero invertido en los sueños megalómanos de gente que quiso y quiere pasar a la historia por sus obras, como una especie de “olvídense del desastre” en la toma de decisiones; pero tanto las obras como las decisiones han sido un verdadero asco que han dejado deudas gravísimas para la sociedad: ¡La historia me juzgará!, de ninguna manera, los mexicanos de ahora somos lo que debemos juzgar a los servidores públicos.
Obras estériles que en cada periodo gubernamental se cuentan por cientos, y por millones los pesos perdidos, aunque a la hora de hacer cuentas resulta que las cifras se inflan sospechosamente y en otros casos, ni siquiera se sabe el costo que tuvieron, pues “los cubre espaldas” que siempre han existido en cada época tienen a bien en declararlas “top secret” y las califican como información reservada por muchos años y, por lo tanto, no podremos saber sus costos sino hasta dentro de muchos años, en donde seguramente “la historia los juzgará”; muriéndose de la risa, porque la historia ya no los podrá alcanzar.
En cada entidad federativa, en cada municipio, sucede lo mismo, la vanidad de los recién llegados, la ambición de saber que esa puede ser su única y tal vez última oportunidad los lleva a pecar en el arca abierta: no piden que les den, sino que los pongan donde hay.
Los ciudadanos debemos estar alerta, porque al final de cuentas, ese dinero del que indebidamente disponen algunos funcionarios, encuentra su origen en el pueblo y ha sido otorgado para obra pública, aunque ya hemos visto que la marca de la época es usar los dineros públicos en sueños y carteras personales o pagar millones de pesos en errores del pasado y que para evitar que los alcance el destino, se quieren esconder en el adulterado fuero constitucional.
Cuando se trate del dinero del pueblo, ninguna información debe quedar reservada; es derecho de todos los mexicanos estar debida y oportunamente informados, sin maquillaje en los números, pero tampoco sin números inflados.
Por ello, cada uno de los mexicanos debemos convertirnos en una especie de fiscalía social, en donde sin tapujos ni cortapisas, levantemos la voz en el momento de que quienes tienen la obligación de servirnos, se estén sirviendo de nosotros.
Digamos no a la corrupción; digamos desde ahora un rotundo no a aquellos que tarde o temprano querrán aplicar su año de hidalgo; cada uno de nuestros ojos debe ser una lupa que fiscalice actos malos que parezcan buenos.
Cada quien en su comunidad encontrará cosas por solucionar. No es la historia la que debe juzgarlos, seamos nosotros los ciudadanos los que desde ahora debemos hacerlo, aquí y ahora.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.