Opinión de Jorge L. Daly
- La victoria del fujimorismo sellaría la triste realidad de que Perú no ha dado vuelta a una de las páginas más dolorosas de su historia
A un breve gobierno de transición le tocó la tarea de remover los escombros dejados por el metódico expolio del erario público, el atropello a los derechos humanos, la compra de conciencias de medios, fuerzas armadas, ministros de estado, jueces, políticos, empresarios prominentes. La lista es larga.
En 1990 Alberto Fujimori heredó un país asediado por el terrorismo y azotado por una espantosa crisis económica. En 2001 se fugó del país y lo dejó sumido en la ruina moral.
Un cuarto de siglo después, 40% de los votantes peruanos han encumbrado a su hija y la han ungido favorita para ganar la segunda vuelta en la primera semana de junio. Es una mujer inteligente que desde hace cinco años ha fortalecido su movimiento. Tuvo la habilidad de pasar a segundo plano la presencia de militantes prominentes fácilmente vinculados a la negación o justificación de los crímenes del padre. Su innegable habilidad política ha tentado a algunos destacados analistas a pensar que ha logrado un auténtico aggiornamiento de su movimiento, pero el tufo de un irredento padre que desde prisión mueve los hilos no es fácil de espantar.
A su favor juega el fervor de sus numerosos devotos que detectan la impronta del padre no en el despotismo, sino en el “hombre fuerte” que sembró esperanzas e ilusiones por la recuperación económica y captura de cabecillas terroristas ocurridos durante su gobierno. En el imaginario de este colectivo y, especialmente, de sus líderes más prominentes, la esterilización forzada de cientos de miles de mujeres pobres, la impunidad del cohecho, los asesinatos, secuestros, desapariciones y torturas, y el crimen organizado desde las más altas esferas del gobierno, significa muy poco o nada. Deplorable, por cierto.
Su balotaje duplicó el obtenido por su contrincante en segunda vuelta. Pedro-Pablo Kuczynski es un destacado y competente profesional que desde hace medio siglo ha alternado la gestión en el sector público con los negocios internacionales.
Su problema es que no despierta igual fervor y que siempre ha sido la segunda, tercera o cuarta opción para un electorado indeciso casi hasta el final.
Otro problema es que en 2011 apoyó a Keiko Fujimori en la segunda vuelta contra el Presidente Humala. ¿Qué hacer entonces para hacer un claro deslinde de su contendiente? ¿Cómo despertar el entusiasmo de los que repudian el fujimorismo?