“La Jauría de Balú” nació como un proyecto de desarrollo comunitario, que una de sus integrantes, Alba Luisa Jiménez, hizo en la Universidad Autónoma de México (UNAM) y que hoy en día forman parte del proyecto de perro comunitario que se forjó con ello. Fue en 2007 que empezó esta labor con un censo demográfico en donde ayudaron voluntarios para llevarlo a cabo, y se fue censando a los perritos tanto dentro como fuera de las casas, colocándoles pintura verde como marca.

La Jauría de Balú, era una jauría de 30 perros, en la que Alba identificó que había un problema real, estaban desprotegidos y se les estigmatizaba por andar en jaurías. Lo primero que hicieron fue “buscar esterilizaciones, concientizar a los vecinos que vivían alrededor de los terrenos y pedirles a las autoridades que nos respetaran en este proyecto”, expresó Jiménez, quien agrega que “ellos son el resultado de la indiferencia de las personas”. 

“Hay 30 perros qué están dando un problema, pero ¿cómo lo vas a solucionar sin que tenga que ver el maltrato o el sacrificio?” fue la pregunta con la que empezaron a movilizar a los vecinos, hicieron encuestas para saber quiénes querían participar y les explicaron los beneficios de tener un perro comunitario, donde señala que el más importante es la coerción social. 

El resultado de ello, fue que solo se quedaron con tres perros, los que se pudieron domesticar se dieron en adopción, los más vulnerables se llevaron al refugio, que está próximo a convertirse en santuario, y otros fallecieron por “viejitos”, como Balú, el líder y quien murió hace dos años. 

Alba, quien es maestra especializada en atención a niños con autismo y síndrome de Down, informó que hoy en día tienen otro proyecto de perro comunitario en el centro de Pachuca, donde dos perritos están adoptados por todos los locatarios de esa zona, y busca realizar el proyecto en otras colonias para concientizar “a las demás personas de que los perros no son un mal, sino que son consecuencia de un descuido que la sociedad ha permitido”.