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¡Pero me lees, cabrón!

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PULSO DEL MEZQUITAL

Sentenció al obsequiarme su libro Cuaderno para estudiar el viaje. Conocí a Ramsés Salanueva Rodríguez allá por 2004, accidentalmente, como creo que han sido todos mis encuentros y desencuentros con él. Yo, un joven no sólo de edad sino también como comunicador, mis pininos de reportero y a la vez comunicador social en un gobierno priista, no entendía aún mi responsabilidad ante la sociedad como periodista. Corresponsal de Milenio, él, con energía y vigorosa actitud ante una muchedumbre sedicente que peleaban por qué, no lo sé, así es el Mezquital, cualquier motivo pudo ser, pero ahí refrendé en mí, el deseo de dedicarme a informar.

 

Escribir ya era su vida, yo un aprendiz de reportero diarista y doméstico (no es mediocridad, sólo que para escribir se requiere más que vocación). Ha sido desde entonces un maestro, me enseñó que el periodismo debe ser implacable a veces, pero de repente humano. Corrigió en mí algunos vicios (para escribir) y no con santas palabras, me alabó algunas cosas y cuestionó otras. Nos une ser colegas, paisanos por partida doble (nuestras madres guerrerenses y nuestros padres hidalguenses) y hermanos, además de nuestro amor y obsesión por esta rulfiana tierra del Mezquital, ¿algo más?

Histérico, sarcástico, meticuloso, irónico, dicharachero, insatisfecho, depresivo, arrabalero, auténtico (letanía de tus defectos, diría Pita Amor, una poeta que él entiende mejor que yo): Ramsés, para amarlo también hay que odiarlo. ¡Tienes un genio del demonio! Se lo he dicho siempre, es predicar en el desierto. Ha vivido, diría Carlos Monsiváis, como su republicana y chingada gana se le ha dado. Nacido en 1972 en Actopan, desde entonces dudo que haya tenido un día de aburrimiento. Yo no les llamo excesos: ha sabido vivir como viven los poetas, intensamente. Aún recuerdo aquel día cuando seguramente alguna musa no se quedó en su regazo; me pidió recomendarle una canción con ciertas características, ¡pero que calara! Le recomendé “Ahora” de Ana Gabriel, me lo agradeció, le cayó como anillo al dedo, eso dijo. Qué vergüenza, ¿Ana Gabriel? Teniendo a José Alfredo Jiménez para esos menesteres. Seguramente mintió, los poetas son embusteros. Seguro mintió, debió sentir pena, la misma que siento yo ahora, pero no me lo dijo para no herirme.

La poesía no es algo fácil de digerir. Confieso que he leído poca poesía, Las flores del mal del francés Charles Baudelaire, algo de Salvador Novo y un poco de Federico García Lorca. Ramsés no me cuestionaba eso, lo festejaba. Me enseñó a comprender con enorme conciencia social, que el arte, la poesía, es lo único que da esperanzas a una sociedad como la nuestra, tan herida y agraviada.

Delicado está de salud, confinado a una camilla de hospital. Pero insisto, los poetas así son, embusteros. Seguramente tiene en vilo nuestra paciencia, a prueba tal vez. Volverá, porque aún hay mucho por escribir, musas en espera, padres, hermanos y amigos, que agobiados lo queremos de vuelta. En una reciente plática, definíamos el rumbo, el papel mío frente a una serie de decisiones políticas. Me pidió tragarme mi orgullo, y regenerar alianzas que desde mi perspectiva no había condiciones de retomar, pues yo neceaba que camino recorrido no debe volverse andar, que las despedidas deben ser definitivas, que las segundas partes no me gustan. Pero me hizo comprender que aislarse tampoco era la opción.

En esa plática, fustigó cruelmente el patético ego con el que se desempeñan algunos (as) colegas, la competencia estéril de unos, su protagonismo estúpido; por eso la necesidad de reencausar el camino, de unir esfuerzos con amigos de vida, con quienes sí hacen periodismo.

Por eso y mucho más, te necesitamos. No me hago la idea de que estás enfermo, que tu vida ha estado en tanto riesgo. Me niego a pensar que si Dios existe te quiera allá con él, cómo para qué, cuando él bien sabe que allá no te inspirarías para escribir cosas, porque no te dejaría portarte mal, ni tomar wiski, o conducir como loco, mucho menos hacer de una chamaca tu musa.

Aquí, escuchando la canción de Ana Gabriel que te recomendé. Desde el fondo del alma mía, estas letras. ¡Pero me lees cabrón!

Escribí estas líneas hace días, con la seguridad que me leerías. Tú y el creador saben de la amistad que nos unía. Hoy recibí la noticia que te fuiste, así, sin decir adiós, como siempre eran tus despedidas. Me niego hablar en pasado.

 

En corto:

* Hoy no hay más letras. Estamos de luto.

 

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