Periodismo y poder 
(Un ejercicio de imaginación)

FAMILIA POLÍTICA

“Un pueblo puede agitarse por lo
que la prensa diga, pero puede
morir por lo que la prensa calle.”.
Francisco Zarco

Hace unos días, muy temprano, por televisión, fui testigo circunstancial de un inverosímil regaño, con formato de polémica, entre el representante de una importante revista de circulación nacional y un personaje que se ubica, por ahora, en la cúspide del poder en nuestro país. Éste, increpaba al periodista más o menos con las siguientes palabras: “Su revista no se portó bien con nosotros; ya casi no la leo desde la muerte de su fundador”. El interpelado replicaba que no es papel de la prensa “portarse bien” con los transitorios hombres o mujeres que se encuentran, por voto popular o decisión administrativa, al frente de las instituciones. En la contrarréplica salieron a relucir nombres de Periodistas (así, con mayúscula) cuya actuación se dio en diferentes tiempos de la historia de México.
    Me queda claro que el periodismo y la literatura suelen marchar de manera paralela; esto es, hay quien escribe en periódicos sin ser periodista, no por ello su opinión deja de influir en su entorno.
    Así, vino a mi memoria la figura de Don José Joaquín Fernández de Lizardi, durante la época independentista. El Pensador Mexicano era mordaz, crítico, irónico; fue autor de la primera novela escrita en latinoamérica El Periquillo Sarniento. ¿Cuál sería su actitud si tuviera oportunidad de asistir a una conferencia mañanera, convocado por la 4T?
    En esa misma época era popular la figura de El Negrito Poeta, analfabeta que deambulaba por las calles de la capital novohispana. Algunos ociosos gustaban de darle alguna frase octosílaba, para que, con base en ella, el famoso negro improvisara un perfecto cuarteto. Ejemplo de ello fue cuando un cura de apellido Zamudio, le preguntó a bocajarro: “¿Tú eres el negro poeta?” el aludido moreno contestó: “Aunque sin ningún estudio/y a no ser por esta jeta/fuera otro padre Zamudio”. El juglaresco personaje de la primera transformación, ¿se “portaría bien” en un foro abierto, ante la mismísima figura de un mandatario republicano de nuestro siglo?
    José Guadalupe Posadas, el irreverente creador de La Catrina, satírico ridiculizador de la sociedad porfirista y sus afrancesadas manías; no fue precisamente un incondicional del poder, sino todo lo contrario. En este caso, con seguridad establecería una clara diferencia entre dos facetas de un mismo personaje, si se considera que muchos años fue oposición, antes de llegar al poder que combatió ¿Con cuál de los dos se “portaría bien”?
    Jesús, Ricardo y Enrique, los hermanos Flores Magón, revolucionarios, combativos y liberales por naturaleza, un tanto influidos por las tesis anarquistas, desde las páginas de Regeneración y otras publicaciones, arremetían de manera temeraria en contra del régimen autoritario; la cárcel estuvo en su camino. En lo personal, creo que su circunstancia, ética y belicoso temperamento, les impediría “portarse bien” ante cualquier poderoso, sin importar su pasado de luchador social. El poder es el poder. Aunque la historia esté detrás, cuando una persona, movimiento, partido, facción… gana el gobierno, irremediablemente pierde la oposición.
    Lo dicho: Periodismo y Literatura suelen confundirse por el manejo del idioma; el profesionalismo y la actitud pública de quien elige esa actividad para transitar por su vida biográfica. La Revolución Mexicana generó una pléyade de escritores: poetas, novelistas, ensayistas, narradores de todo tipo. Formaron una escuela que abrevó en la fuente ideológica, castrense y social en el México del Siglo XX. Así, por ejemplo, Salvador Díaz Mirón, veracruzano autor de broncos cuartetos y belicosas actitudes en su vida pública y privada, perdió autoridad periodística por su conducta servil. Se recuerda con vergüenza su lacayuna pose ante El Chacal, cuando, en las páginas de su periódico El Imparcial, escribía: “Hoy estuvo en nuestra redacción el magnánimo Presidente Victoriano Huerta y a su paso dejó un perfume de gloria”. Con seguridad, Díaz Mirón haría lo mismo con cualquier detentador del poder público.
    También templados en la fragua de La Revolución, otros intelectuales y periodistas como Mariano Azuela, Renato Leduc, Agustín Yáñez, el General Francisco L. Urquizo y otros que se nutrieron indirectamente de la misma fuente: Roberto Blanco Moheno, Alejandro Gómez Arias, Carlos Fuentes, Octavio Paz… en su ámbito espacio-temporal adoptaron actitudes ante el poder, de crítica o condicionada aceptación, sin perder su dignidad ni su decoro.
Quede claro: todo periodista es un ser humano. Sus filias y fobias en materia política, no pueden condicionarse por el prurito banal de alguien que los llame a “portarse bien”, por poderoso que sea, o se sienta. Desde luego, la pureza ideológica no existe. Un comunicador o artista, de manera abierta o discreta, tiene simpatía y hasta militancia en alguna corriente política y suele defenderla con pasión. Desde mi punto de vista, eso no rompe con la ética cuando lo hace sin mancharse las manos o la consciencia con la indigna dádiva.
Otros expertos en el manejo de la pluma, pueden estar sistemáticamente en contra de todo lo que huela a poder. Ésta llega a ser una actitud ante la vida, independientemente de la calidad política, ética y legítima de los gobernantes. El poder per se, es enemigo de cierta prensa con espíritu nihilista. Ante ellos parece ser válida la frase “Estoy contigo mientras seas oposición, pero estaré en tu contra si un día llegas a ser gobierno”.
En conclusión: cada quien es libre de dar a la prensa en general y a los periodistas en particular, el liderazgo de opinión que su pluma conquiste. Desde luego, puede no ser mejor la prensa que dice lo que yo quiero leer. En el profesional del periodismo y aún en quien escribe sin afanes utilitarios, la orientación axiológica no debe ser “quedar bien” con el mejor postor, sino defender convicciones sinceras, sin más interés que la congruencia.
Es importante entender que nadie debe escribir, si no es capaz de reconocer los aciertos de sus adversarios o de criticar los errores de sus amigos; quien no lo haga así, entrará en la clasificación de vulgar “chayotero” que “se porta bien” con quien mejor le unta la mano.

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