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Peregrinos dan gracias a la Reina de México



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EN LOS FESTEJOS DEL 12 DE DICIEMBRE 

    •    Con marchas largas, de rodillas y música incluida, los fieles guadalupanos celebraron a la virgen morena


Caminando por la Avenida Juárez a donde quiera que se dirija la vista encontramos lo mismo: hombres y mujeres con imágenes de una virgen morena, algunos llevan cuadros, otros esculturas, estampas o escapularios; también hay niñas y niños vestidos con trajes típicos del México antiguo, ese que dividía en castas a su población y que tiene en San Juan Diego a su representante divino ante el catolicismo.
Unos infantes lloran porque no quieren estar con ropa de manta y huaraches, otros en cambio, piden que les dibujen bigotes más grandes, abultados y pronunciados, se persignan y besan las figurillas que sus padres compran en los puestitos que aglomeran la cerrada avenida; hay de todo: vendedores de comida y garnachas, dulces típicos y abrigos, espacios donde te suben a un pony y te toman la foto temática, eso y más… la celebración del 12 de diciembre es la idiosincrasia nacional misma.
Agentes de Tránsito y Vialidad resguardan la circulación, dicen que dejaron de laborar en las vías principales para poder cerrar la calle a la altura del Parque del Maestro, no saben ni cuantos ni de dónde vienen los feligreses, pero sí indican que en el operativo participan cinco patrullas de su sector, y unas ocho dedicadas a la seguridad pública de los peregrinos, vendedores y curiosos que no entran al templo pero aprovechan para hacer compras con las ofertas especiales que el comercio pone a su alcance.
En la Basílica Menor de Nuestra Señora de Guadalupe no cabe nadie, en el atrio los grupos religiosos comercializan también, haciendo recordar ese pasaje bíblico donde Jesús desprecia a los mercaderes y les exige respeto en la casa de oración; en el interior, se oficia una misa presidida por el párroco Inocencio Islas, una vez que él acabó, le llegó el turno a Tomás Roque, y a su vez, él preparó el camino para que el Arzobispo Domingo Díaz haga la clausura religiosa de un evento que año con año es centro de fe para miles de mexicanos y hasta algunos creyentes latinoamericanos.
“Dios quiso que la madre de su hijo, fuera madre de todos los mexicanos también”, señala el párroco. Las personas se emocionan con esa declaración y se sienten parte de algo más grande que el festejo mismo, oran en silencio, se persignan y algunos derraman lágrimas mientras yacen de rodillas con su réplica a escala de Santa María de Guadalupe; “¿por qué me vestiste así?” dice un niño de unos tres años a su padre, él le responde que para recordar que la virgen los cuida y lo seguirá haciendo siempre.
Así transcurre esa misa y las demás, con algunos estallidos de cohetes en el cielo y cánticos de las personas que ven este día como la oportunidad para renovar su fe, porque entre ser y no ser, los mexicanos –y los hidalguenses- son, y a mucha honra, muy guadalupanos; llevan en sus prendas el rostro de la morenita del Tepeyac, y llevan por los puestos el orgullo de ser hijos de la auténtica madre del hijo de Dios, y son acompañados por los infantes para que sean ellos quienes continúen con una tradición característica de nuestra patria.