El drama de los refugiados
- Conocemos el sabor a salitre de las lágrimas del miedo. Nos queda humanidad para sufrir con el dolor ajeno.
Ha hecho falta ver la imagen de un niño ahogado, encallado como un pequeño bote en la playa, para que ya no podamos seguir ocultando por más tiempo nuestra vergüenza. Pero no es el primero, otros niños como él y miles de adultos han perecido en la trágica huida. El Mediterráneo se ha convertido en una enorme fosa común de refugiados desesperados. Sabíamos todo eso. Lo sabíamos, pero ha sido necesario que este niño sirio nos diera una enorme bofetada para obligarnos a abrir los ojos al horror que sufren los que escapan de la muerte.
Europa lo sabe: durante 1945 y 1946, millones de personas expulsadas o desplazadas deambulaban por Europa buscando un sitio para comenzar una nueva vida.
Todas las sociedades deben tener valores profundos que hacen que sus miembros se sientan partícipes de un mismo proyecto y comprometidos con él. No es solo por solidaridad, es también por nuestra propia decencia, para no tener que vivir con nuestra propia conciencia amordazada.
Una organización de activistas húngara, recientemente puso carteles de publicidad con el lema: “Perdón por nuestro Gobierno”, al ver a su Presidente hablar con arrogancia y egoísmo sin medida.
Hoy con vergüenza quiero decir: perdonen por nuestro Gobierno, nosotros no somos así. Tenemos solidaridad suficiente para acoger, como acogieron a la generación de nuestros padres que escapaba de la dictadura.